Sánchez y Feijóo ante el desafío de
“el Sáhara en el corazón”
El presidente Pedro Sánchez la ha liado con el Sáhara Occidental. Sus declaraciones sobre su supuesta preferencia por una solución del conflicto del Sáhara Occidental por la vía de la anexión del Sáhara a Marruecos no es precisamente lo que cabe esperar del jefe de Gobierno del país que es potencia administradora de la antigua provincia número 53 de España. De tener opiniones personales a favor del plan de autonomía marroquí Pedro Sánchez debería olvidarse de sus sentimientos para cumplir con la Carta de la ONU que impone a las potencias administradoras el "sagrado deber" de defender los intereses del pueblo saharaui hasta que lleven a término la descolonización que Marruecos truncó en 1975.
Llama sin embargo la atención que las palabras textuales de Pedro Sánchez son mucho más ambiguas que los comentarios con los que en la prensa ha anunciado a bombo y platillo que Pedro Sánche le “ha entregado el Sáhara a Marruecos” dando un “giro histórico” a la solución del conflicto.
Si vamos al texto origen de la tormenta (la carta enviada al rey Mohamed VI), vemos que lo que le dice Pedro Sánchez al monarca para animarle a hacer borrón y cuenta nueva en las relaciones con España es que “considera la iniciativa de autonomía marroquí, presentada en 2007, como la base más seria, realista y creíble para resolver este contencioso” y alaba “los esfuerzos serios y creíbles de Marruecos en el marco de las Naciones Unidas para encontrar una solución mutuamente aceptable” al conflicto.
Pero entre alabar o expresar una preferencia y entregar el Sáhara, por ahora, hay un trecho grande. Está de por medio el deber de las Naciones Unidas de aplicar el derecho internacional que desde siempre ha estado del lado de la autodeterminación del pueblo saharaui y contra el que el anexionismo marroquí se ha estrellado una y otra vez pese a contar con grandes apoyos en el Consejo de Seguridad. Aunque Pedro Sánchez se ponga a apoyar en serio la opción marroquí con todo el armamento diplomático español, a Marruecos todavía le quedarán por superar otros grandes obstáculos. Uno de ellos, es el de la firme posición que la Unión Africana ha mantenido sobre la ejecución del plan de paz de 1991 para el Sáhara del que la principal organización africana es corresponsable y que, de acuerdo con las resoluciones de la ONU y el dictamen del Tribunal de Justicia Internacional de 1975, debe culminar la descolonización del Sáhara con un referéndum de autodeterminación.
Pasarse por alto el derecho internacional, y más para un país como España que tiene entre sus preocupaciones asuntos como Gibraltar, Ceuta y Melilla, sería dar un paso muy peligroso. Quizás por eso Pedro Sánchez no ha podido hacer lo que de verdad Marruecos buscaba con su estrategia de presión. Lo que Mohamed VI exige desde hace meses es que el Gobierno socialista siga el ejemplo del presidente Donald Trump que reconoció la marroquinidad del Sáhara en un polémico tweet cuya validez ha sido cuestionada hasta en el Congreso de EEUU.
Marruecos ha interpretado erróneamente que el poder que tiene España a la hora de lograr resolver el conflicto por su condición de potencia administradora puede servir a sus intereses. En Rabat se olvidan de que el art. 73 de la Carta de la ONU establece claramente que España no puede hacer nada que vaya en contra de los intereses del pueblo saharaui sin quebrar la Ley.
Por si no fuese suficiente, una acción del Gobierno español que no respete la autodeterminación del pueblo saharaui y la legalidad internacional tendrá que enfrentarse a ese espíritu con que el pueblo español tiende a solidarizarse con los agredidos. La guerra rusa en Ucrania ha demostrado que esta generosidad no se doblega a las consignas de sus partidos, da igual cuál sea su afiliación ideológica.
Sánchez y Feijóo se enfrentan a un gran reto porque el pueblo saharaui lleva más de 40 años firmemente instalado en el corazón de los españoles ("El Sáhara en el corazón"reza el lema del movimiento de solidaridad contra la ocupación marroquí). De nada han servido las maniobras de los políticos de derechas e izquierdas para apartarlos de ese irrefrenable deseo de poner remedio a una monstruosa injusticia que, desde 1975, a muchos ciudadanos de a pie nos sigue provocando una insoportable vergüenza.