Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional

sábado, 7 de diciembre de 2013

Mandela nos dejó. Mientras el mundo llora, el rey de Marruecos aprovecha para reescribir la historia



Mandela durante su visita a Marruecos junto al entonces primer ministro marroquí Filali
Mandela nos ha dejado. Ha vuelto a casa, como dijo el presidente Obama, aludiendo a la fe con la que muchos africanos no miran a la muerte como el fin de la vida, sino como el inicio de una nueva fase en la tierra de los ancestros con los que se reúne el espíritu del fallecido. Tras conocerse la noticia, no ha habido personalidad política o Gobierno que no haya participado en la gran carrera planetaria que se ha desatado para rendir tributo al héroe de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Ni siquiera el rey Mohamed VI ha querido quedarse atrás a la hora de ensalzar la figura de Mandela pese a los notorios sinsabores que comenzaron a salpicar las relaciones entre Rabat y Pretoria, en cuanto se acabó el régimen de discriminación racial. Eso sí, lo ha hecho intentando reinterpretar las acciones de Madiba a favor de los intereses anexionistas alauitas con el Sáhara Occidental. 

De hecho, el mensaje de pésame que el rey marroquí ha enviado al Gobierno surafricano de Jacob Zuma y la viuda de Mandela, Graça Machel, alude al desencuentro provocado por el giro surafricano que en 2004 culminó con el reconocimiento de Sudáfrica a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). No son los pésames momento oportuno para los reproches pero, al parecer, la intención del monarca alauita es explicar a su opinión pública  que el responsable de que Sudáfrica se pasase al bando del Frente Polisario fue Thabo Mbeki, el hombre que sucedió a Mandela cuando éste comenzó a apartarse de la política en 1999. La conclusión que se saca de este texto es que, de haber sido por Mandela, Pretoria nunca hubiese reconocido a la RASD.

El mensaje comienza alabando la figura de Mandela por su lucha por la “libertad, la justicia paz y tolerancia” en Sudáfrica. Pero, seguidamente, Mohamed VI pasa a destacar la importancia que el liderazgo regional de este país jugó bajo su batuta en la "preservación de la soberanía nacional e integridad territorial” del resto de países africanos.  El rey de Marruecos no se corta y añade una coletilla que se supone es la consecuencia lógica de lo anterior pero que, hasta la fecha, no tiene ningún soporte documental: “Durante su mandato (Mandela) respetó la legitimidad de Marruecos en su Sáhara y nunca quiso reconocer ni apoyar la partición de mi país”.


Mandela en Argelia con varios combatientes del FNL.
  Según Mohamed VI, lo que explicaría esta actitud de Mandela es la ayuda “pionera política y material” que Marruecos dio al actual partido gubernamental del Congreso Nacional Africano (ANC) en los años sesenta, cuando todavía actuaba en la clandestinidad. Este apoyo marroquí a la lucha contra el apartheid, añade, hizo que “el difunto desarrollase una relación especial” y “singular” con su país. Mandela, recuerda, agradeció esta ayuda con la visita que realizó a Marruecos en 1994.

El texto del pésame de Mohamed VI repite un guión que ya ha sido ampliamente utilizado por la prensa oficialista marroqui para describir el reconocimiento de la RASD en Suráfrica como una injusta deslealtad e inexplicable falta de agradecimiento. Uno de sus objetivos es contrarrestar los argumentos de quienes atribuyen el firme apoyo de Suráfrica al Polisario como el fruto de los muchos errores políticos que han acabado aislando a Marruecos de la mayor parte de los estados africanos.
 
Efectivamente, el propio Mandela reconoció que Marruecos suministró armas y dinero a su movimiento en los años sesenta. Ni siquiera en Argel niegan que su apoyo al ANC inició en territorio marroquí: eran los tiempos en que Marruecos, el primer Estado del Magreb en haber logrado la independencia, prestaba apoyo y refugio a los movimientos de liberación que seguían luchando en sus fronteras. Lo normal, dicen en Argel es que fuese en uno de los santuarios de la rebelión argelina en territorio marroquí el lugar donde Mandela hizo su primera toma de contacto con los muyaidines argelinos cuya lucha contra el colonialismo francés dijo luego había sido una gran fuente de inspiración para su propio combate. El problema de Mohamed VI es que el relato de la ayuda marroquí a la lucha del apartheid se detiene tras la detención de Mandela en 1962. Olvida decir, por ejemplo, que durante los 27 años que Mandela permaneció a partir de entonces en la cárcel, los gobiernos marroquíes se fueron distanciando del ANC y trabando una vergonzosa aproximación al Gobierno de Pretoria.


Mandela en un homanaje en Suráfrica a Abdelkrim el Jatib (el primero desde la derecha) y otros políticos marroquíes
En Rabat suelen justificar este cambio de tornas por la supuesta deriva extremista que tomó el ANC con sus líderes recluidos en Robben Island. La coartada es poco consistente frente a quienes sostienen que este giro fue fruto del tradicional sometimiento de Marruecos a la política exterior francesa que en los sesenta tomó un rumbo tan a favor del régimen del apartheid, que los activistas surafricanos llamaban al presidente francés de entonces De Gaulle El Boer. Una gran diferencia por lo tanto, frente a la consistencia del apoyo que Argelia siguió dando al ANC y que la prensa argelina ha desempolvado y aprovechado con mucho orgullo en los homenajes con los que comenzó a dar tributo a Mandela en cuanto se hizo pública la gravedad de su salud. Las fotos y testimonios sobre el entrenamiento militar que el propio Mandela recibió en territorio argelino y el decidido apoyo diplomático dado por el Gobierno del FLN a la lucha contra al apartheid, son en este otro relato los elementos que explican que Argel fuese el primer destino de Mandela en su primera gira al extranjero tras recuperar la libertad en 1990.

Otro elemento que le resta credibilidad a la versión de Mohamed VI es que en 1994, nada más ganar las primeras elecciones libres celebradas en Suráfrica, Mandela ya tenía clara su voluntad de reconocer a la RASD y así lo expresó por escrito en una carta que dirigió al presidente saharaui Mohamed Abdelaziz. Las presiones internacionales, que se emplearon a fondo con el argumento de que su gesto iba a entorpecer el intento de la ONU por el logro de una solución negociada, obligaron a aplazar su ejecución.  Pero nadie dudó en 2004 de que Mbeki, estrecho colaborador de toda la vida del Madiba, actuó sin desviarse de las directrices marcadas por su antecesor al que hoy se venera con excepcional unanimidad como uno de los grandes de la Historia.



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