El primer ministro Jean-Marc Ayrault durante su visita en diciembre a Casablanca donde inauguró el tranvía construido por empresas francesas.
El ensalzamiento que este enfoque permite hacer de la capacidad de liderazgo y sabiduría de Mohamed VI, dando a entender que él no es un líder susceptible de correr la suerte de un Ben Ali o un Muammar el Gaddafi, deja en un muy segundo plano la polémica e irritación que en diciembre desencadenó en Rabat que Hollande rompiese la tradición por la que la tradicionalmente el primer viaje de un presidente francés al Magreb tiene como destino Rabat. Hollande no sólo no cumplió con el ritual sino que cambió Rabat por Argel, en un gesto sin precedentes que pretendía restablecer una equidad, al menos simbólica, en las relaciones francesas entre los dos estados rivales, escenificando el desagravio con el que, desde la descolonización, Marruecos ha sido el ojito derecho de la Françafrique, premiado y mimado por su docilidad y colaboración a costa de los intereses argelinos.
Tan importante es para el majzén ser el favorito de la madre patria en el Magreb, que Hollande tuvo que dar explicaciones al Gobierno marroquí de por qué, por una vez, ir a Argelia primero, no suponía un cambio de ritmo en las relaciones franco-marroquíes. Fue así como tuvo que enviar a Marruecos, antes de su visita a Argel, al primer ministro Jean-Marc Ayrault acompañado de “una delegación importante” para decir alto y claro que Rabat nada “tiene que temer de un diálogo más estrecho entre París y Argel” porque la asociación entre Francia y Marruecos es muy “especial”.
Hollande durante su visita en Argelia junto al presidente Butefkika. |
El rey Mohamed VI, por su parte, tampoco está para enfados con la potencia que ha demostrado ser su principal aliada a la hora de mantener la ocupación ilegal del Sáhara Occidental. Además, para el monarca es fundamental mostrar a su opinión pública que cuenta con apoyos fuertes entre las superpotencias, no vaya a ser que cunda la sospecha de que se ha quedado solo: el fracaso en su intento de lograr la dimisión del diplomático estadounidense Christopher Ross del cargo de enviado de la ONU para el Sáhara Occidental, podría ser interpretado como un síntoma de que ya no cuenta con el poder que tuvo su padre Hassán II en Washington.
El presidente francés en la ciudad argelina de Tlemcén donde finalizó su visita argelina. |
Aunque seguro que, además de negocios, Hollande y Mohamed VI hablarán mucho de la resolución que el Gobierno francés intenta que el Consejo de Seguridad apruebe este mes sobre Malí para que la ONU tome el relevo a sus tropas con una fórmula de cascos azules que libere a Francia del gasto que le supone la Operación Serval pero le otorgue el control de la intervención internacional. Por supuesto, también hablarán del Sáhara Occidental y del debate que el Consejo de Seguridad de la ONU tiene que celebrar próximamente para decidir si renovar o no la MINURSO, la Misión de la ONU para el Referéndum.
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