Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional

miércoles, 27 de junio de 2012

La didáctica del látigo islámico


Manifestación de mujeres tuareg contra los islamistas en Malí. Vídeo difundido por el MNLA. 
Abajo, cicatrices de una víctima del castigo del látigo en Batong Rouge (Louisiana) en 1863. 

El vídeo de la joven pareja de Tombuctú castigada a cien latigazos cada uno por tener una hija sin estar casados, le ha venido de perillas al frenesí con el que la diplomacia francesa está moviendo ficha para encontrar la manera de intervenir en Malí contra la independencia proclamada por los tuareg en el norte del país. Los tuaregs del Movimiento de Liberación Nacional del Azawad ya pueden decir que ellos son laicos, que las poblaciones de las ciudades bajo su control rechazan el islamismo que exige una rigurosa aplicación de la sharia y que las facciones que defienden un estado tuareg islamistas son minoritarias y ajenas a su movimiento y su cultura. La realidad es que, como mínimo, el terrible episodio de la pareja flagelada demuestra que el MNLA (que ha confirmado el hecho al condenarlo en un comunicado) no tiene un control absoluto, como aseguraba, de Tombuctú, la ciudad mítica de las rutas caravaneras; como tampoco debe tenerlo en Kidal, donde las mujeres que se manifestaron contra el "oscurantismo" islamista fueron duramente represaliadas, o en Gao donde su Gobierno de transición también ha condenado el asesinato de un profesor por parte de elementos "no identificados" que no obedecen sus consignas de tolerancia, laicismo y pacífica convivencia entre tribus tuaregs y negras.


En cualquier caso, es una buena noticia de que, por fin, Occidente se escandalice por la brutalidad de los métodos que en ciertas partes de la tierra se aplican en nombre del respeto a la religión. Si el salvajismo exhibido en la mítica perla del desierto sahariano es aireado para ilustrar el peligro que supone para la seguridad internacional el fanatismo islamista, se supone que ello servirá para actuar también en relación otros países donde la estricta aplicación de la ley islámica hasta ahora era observada por los occidentales como un elemento natural de una cultura a la que hay que respetar en nombre del principio de la no injerencia. 

De hecho, la afición islamista por la disciplina de la “letra con sangre entra” se ha convertido en motivo de polémica internacional en relación a Irán, Sudán o el norte de Nigeria. Pero, también está de lo más arraigada en países muy respetables como Arabia Saudí, Kuwait o Singapur donde la aplicación de los latigazos no es vista ni por Francia ni, por supuesto, EEUU o Inglaterra como un síntoma de peligroso extremismo. 

A veces organizaciones como Human Rights Watch o Amnistía Internacional logran promover campañas de denuncia contra estas deplorables prácticas, como ocurrió con el gay condenado a recibir mil latigazos en Arabia Saudí  por faltar al concepto de decencia viril islámica. O en el caso de la anciana saudí de 75 años castigada a 40 latigazos por reunirse con dos jóvenes sin ser familiares sin que sirviese de disculpa que uno de ellos (castigado con 60 latigazos) alegase que era hijo de leche de la mujer que lo había amamantado de niño. O el de la periodista Rosana al Yami condenada a 60 latigazos por trabajar en una cadena de televisión libanesa que emitió un programa que en opinión de las autoridades hacía apología del pecado en cuya confección, por cierto, incluso el juez reconoció que ella no había tenido nada que ver. O el de las mujeres condenadas por conducir o la niña de 13 años castigada con 90 latigazos por llevar el teléfono móvil a clase. 

Cuando estas noticias saltan a los grandes titulares de la prensa, puede llegarse a lograr que las autoridades apliquen una reducción de condena e, incluso el indulto. Se aprovecha entonces desde Occidente  para celebrar el hecho como un síntoma de cambio aperturista o, incluso, de cumplimiento de esas promesas que ya en 2009 el Gobierno saudi hizo ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU de acabar  con el sistema de tutela de los hombres sobre las mujeres, dar plena identidad jurídica a las mujeres sauditas, y prohibir la discriminación de género.  Al fin y al cabo, como dicen en Riad,  el concepto de sharia, relativo a la tutela masculina sobre la mujer, no es un requisito legal, y  "el islam garantiza el derecho de la mujer para llevar a cabo sus asuntos y gozar de su capacidad jurídica..." 

Mientras en Riad avanzan en la senda de la moderación,  resulta llamativa la tolerancia con la que, por ejemplo, los gobiernos occidentales se las cogen con papel de fumar cuando sus propios ciudadanos son condenados a probar los rigores de la justicia saudí.  Tomemos como muestra lo ocurrido con el australiano de origen iraquí Mansor Almaribe,  condenado a 500 latigazos por un supuesto delito de blasfemia cometido en Medina durante una estancia en este país para cumplir con el precepto de todo buen musulmán de peregrinar a La Meca. Al final el Gobierno australiano logró que Almaribe, enfermo de diabetes y con problemas cardíacos fuese liberado con una reducción de pena. El Gobierno australiano anunció como una gran victoria y muy agradecido que a Almaribe se le hubiesen perdonado 425 latigazos y limitasen la flagelación a 75 golpes. “Su castigo corporal ha sido reducido considerablemente y administrado de manera que no cause daño físico", dijo el ministerio de Exteriores australiano congratulándose de la buena nueva. 

Cabe esperar que, a partir de ahora, estas contemplaciones se acaben. Seguro que el Gobierno de François Hollande se encargará de liderar una campaña internacional contra todo régimen que aplique el islam y el orden a golpe de látigo.

lunes, 18 de junio de 2012

La ONU no quiere una intervención militar en Malí. Francia 0, tuaregs y Argelia, 1



Cheij Modibo Diarra, primer ministro interino del Gobierno de Malí (izquierda) se reunió en París con el ministro de Exteriores francés Laurent Fabius (derecha) el pasado viernes coincidiendo con las gestiones en la ONU a favor de la intervención de la CEDEAO en este país africano.
/ Ministère des Affaires étrangères/Frédéric de La Mure
Abajo, máscara maliense de los dogón.

 Desde que ganó las elecciones en Francia, el presidente François Hollande ha seguido la línea de su antecesor Sarkozy, moviendo hilos para intervenir en Malí contra la rebelión tuareg que ha partido el país saheliano en dos. Acabar con el recién proclamado estado del Azawad es ya claramente una de las prioridades  la política exterior francesa. Pero, por el momento la jugada les ha salido rana ya que el Consejo de Seguridad de la ONU que el viernes estudió el tema, mantiene el farolillo rojo no sólo a un posible despliegue de cascos azules en Malí sino incluso, a dar sus bendiciones a que sean otros los que pongan orden en este país africano.



 Los tuaregs del Movimiento para la Liberación Nacional del Azawad (MLNA) desafiaron a Francia declarando el 6 de abril la independencia del Azawad, el norte de Malí. A partir de ahí, como ya contamos, Francia se convirtió en la abanderada de esa corriente de opinión que intenta convencer a la comunidad internacional de que la secesión tuareg es un peligro para la seguridad del mundo occidental, con una determinación que nunca ha tenido, por ejemplo, en el caso de Somalia donde el yihadismo y la piratería han convertido el mar en una zona de alto riesgo incluso para el paso de barcos mercantiles. Su tesis en este caso, se basa en que los tuaregs han logrado ganarle la batalla al Gobierno central de Bamako gracias al apoyo de Al Qaeda y otras fuerzas yihadistas y que un gobierno del Azawad será, inevitablemente, un Gobierno de Al Qaeda.


 Desde París se ha descartado una intervención francesa unilateral pero ha movilizado a su diplomacia para que el Consejo de Seguridad se pronunciase en contra de la secesión del Azawad. Al no lograrlo, primero Sarkozy y ahora Hollande, han recurrido a los representantes de la Unión Africana (presidida este año por Benín, un tradicional peón de la estrategia imperial gala en África) y de la CEDEAO (la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, presidida por el Gobierno de Costa de Marfil que aupó el Gobierno francés con otra intervención armada. Los franceses animan a estas dos organizaciones a que hagan suyos los argumentos a favor de la intervención en Malí. A cambio, el Gobierno francés ha prometido a estos africanos que, si se deciden a actuar contra los tuaregs, podrán contar con su apoyo diplomático y logístico perfilando así una maniobra para una intervención encubierta.

 
La CEDEAO respondió positivamente declarándose dispuesta a enviar a Malí una fuerza de más de 3.000 soldados. El problema es que desde el Consejo de Seguridad de la ONU se desanimó a estos africanos a actuar sin paraguas de la ONU. Así que, siguiendo estas indicaciones, los representantes de esta organización el viernes volvieron a celebrar una reunión con el Consejo de Seguridad. No era su primer intento (con este van dos en una semana) sólo que esta vez esta organización iba con el refuerzo del aval de la Unión Africana que tiene un gran peso en Naciones Unidas.



La reunión del viernes se celebró a puerta cerrada pero se ha sabido que los esfuerzos de la CEDEAO (cuyos portavoces hicieron aparición ante la prensa) para transmitir a la instancia onusiana la urgencia de una acción contra lo que consideran un movimiento terrorista han vuelto a fracasar. 



La comunidad internacional por ahora parece estar más en sintonía con la tesis propugnada por Argelia, vecina del conflicto, que se ha mostrado inequívocamente partidaria de que Malí no se parta en dos siguiendo el ejemplo de Sudán pero, también, contraria a una intervención militar como la que hubo en Libia, con el destacado apoyo francés, y que acabó derrocando a Gaddafi. El Gobierno argelino sostiene, como lo hizo en el caso de Libia, que lo que hay que buscar en Malí en una solución política y negociada entre los tuaregs y el Gobierno de Bamako.



Los argelinos también se han mostrado temerosos de  que Al Qaeda prospere en ese batiburrillo y nadie mejor que ellos tienen razones para luchar contra la amenaza terrorista: en la guerra civil de Malí el movimiento yihadista del Mujao (el mismo que tiene bajo su poder a los tres cooperantes secuestrados en los campamentos del POLISARIO de Tinduf) se llevó secuestrados a siete de sus diplomáticos del consulado que tienen en la ciudad de Gao. Pero en Argel consideran que una intervención armada no resolverá el problema de Malí, como no lo ha resuelto en Libia de donde siguen llegando a Argelia huidos de nuevas batallas de las que ya no habla la prensa. 

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