Mujeres saharauis en los campamentos del Frente Polisario. Abajo, Jira Bulahi (izquierda) y Zahra Ramdan presidenta-fundadora de AMSE (Asociación de Mujeres Saharauis de España), en un encuentro esta semana, en el Instituto de la Mujer con la subdirectora Carmen de Andrés. Por último, mujeres en uno de los aniversarios de la fundación de la RASD en los campamentos.
Fotos en los campamentos de Ricardo Aznar.
(Jira Bulahi de gira por España: ¡bienvenida!)
Es realmente difícil permanecer impasibles ante la determinación, coraje, capacidad de sacrificio y lucidez con que las mujeres saharauis, tanto en los campamentos de refugiados en Tinduf o el Sáhara bajo ocupación marroquí, afrontan la lucha por el derecho a la autodeterminación que Marruecos les arrebató en 1975 con una invasión a hierro y fuego. Bastaría que escuchasen a alguna de ellas, por ejemplo a Jira Bulahi (estos días de gira por España con motivo del día Internacional de la Mujer) para entenderlo sin más. La actual ministra del gobierno de la RASD es uno de los tantos ejemplos del importante papel que las mujeres saharauis han jugado en lo que en el Sáhara se llama “la causa” a secas, sino también, como motor de la capacidad de transformación de la sociedad saharaui en ese reto que ellas, muy especialmente, tienen de mirar hacia delante sin dar la espalda al pasado, conjugando tradición cuando esta sirve para el futuro, y liderando el cambio, cuando la tradición les impone barreras.
La propaganda del anexionismo marroquí asegura que el Frente POLISARIO coquetea con el yihadismo de Al Qaeda y que, si el Sáhara llegase a ser independiente, se pasaría al bando de los estados islamistas radicales. Sin embargo, las mujeres saharauis son la demostración viva de cómo, dentro del amplio mundo musulmán e, incluso, magrebí, el pueblo saharaui constituye un caso muy especial, a la hora de conjugar creencias religiosas con libertades y derechos, incluidos los de la mujer.
Una vez, al preguntarle a Jira Bulahi cómo se fraguó la incorporación de la mujer a la acción política del movimiento de liberación saharaui, me contestó riendo: “Uf, eso viene de mucho antes de la invasión marroquí. Cuando empezó la lucha por la independencia en tiempos de la colonia española, mi madre ya lanzaba panfletos por las calles de El Aaiún que llevaba escondidos bajo los pliegues de la mel y cosía, a escondidas de su familia, banderas del Polisario” . La anécdota familiar era un buen ejemplo no sólo de la veteranía de la presencia de la mujer en la lucha saharaui, sino de cómo este papel nunca había sido el de un mero elemento decorativo, ni había sido subsidiario o condicionado por las decisiones y orientamiento político de sus maridos, padres o hermanos.
Es realmente difícil permanecer impasibles ante la determinación, coraje, capacidad de sacrificio y lucidez con que las mujeres saharauis, tanto en los campamentos de refugiados en Tinduf o el Sáhara bajo ocupación marroquí, afrontan la lucha por el derecho a la autodeterminación que Marruecos les arrebató en 1975 con una invasión a hierro y fuego. Bastaría que escuchasen a alguna de ellas, por ejemplo a Jira Bulahi (estos días de gira por España con motivo del día Internacional de la Mujer) para entenderlo sin más. La actual ministra del gobierno de la RASD es uno de los tantos ejemplos del importante papel que las mujeres saharauis han jugado en lo que en el Sáhara se llama “la causa” a secas, sino también, como motor de la capacidad de transformación de la sociedad saharaui en ese reto que ellas, muy especialmente, tienen de mirar hacia delante sin dar la espalda al pasado, conjugando tradición cuando esta sirve para el futuro, y liderando el cambio, cuando la tradición les impone barreras.
La propaganda del anexionismo marroquí asegura que el Frente POLISARIO coquetea con el yihadismo de Al Qaeda y que, si el Sáhara llegase a ser independiente, se pasaría al bando de los estados islamistas radicales. Sin embargo, las mujeres saharauis son la demostración viva de cómo, dentro del amplio mundo musulmán e, incluso, magrebí, el pueblo saharaui constituye un caso muy especial, a la hora de conjugar creencias religiosas con libertades y derechos, incluidos los de la mujer.
Una vez, al preguntarle a Jira Bulahi cómo se fraguó la incorporación de la mujer a la acción política del movimiento de liberación saharaui, me contestó riendo: “Uf, eso viene de mucho antes de la invasión marroquí. Cuando empezó la lucha por la independencia en tiempos de la colonia española, mi madre ya lanzaba panfletos por las calles de El Aaiún que llevaba escondidos bajo los pliegues de la mel y cosía, a escondidas de su familia, banderas del Polisario” . La anécdota familiar era un buen ejemplo no sólo de la veteranía de la presencia de la mujer en la lucha saharaui, sino de cómo este papel nunca había sido el de un mero elemento decorativo, ni había sido subsidiario o condicionado por las decisiones y orientamiento político de sus maridos, padres o hermanos.
“Las saharauis no sólo somos madres, esposas e hijas de combatientes que los marroquíes no han podido doblegar sino también activistas de derechos humanos, sindicalistas, manifestantes y sospechosas de estar en primera línea en una batalla política”, contaba Jira. “No es nada nuevo porque las saharauis, aunque seamos musulmanas, no tenemos nada que ver con ese tópico de la señora encerrada entre cuatro paredes porque, entre otras cosas, no hay ningún precepto en el Corán que justifique el maltrato o la discriminación de la mujer que es cosa del islam que venden ciertas dictaduras políticas para justificar su opresión sobre los pueblos”.
Mujeres luchadoras e independientes
Por aquel entonces (finales de los ochenta), todavía no habían saltado al escenario Aminetu Haidar y muchas otras mujeres saharauis que hoy se han convertido en símbolo y ejemplo de esta activismo político. No había móviles ni Internet que, como ocurre ahora, pudiesen romper el cerco de silencio y el aislamiento en el que los marroquíes mantenían el Sáhara bajo su control, impidiendo la salida a los saharauis y la entrada de los viajeros. No había noticias de lo que allí ocurría que no fuesen las de la propaganda polisaria que tampoco tenía noticias de lo que estaba sufriendo Aminetu Haidar y otros desaparecidos saharauis, entre ellos muchas otras mujeres, que, como ella, luchaban por sobrevivir en las cárceleas secretas marroquíes.
Mi duda era por qué, si la mujer era tan importante para la lucha política como decía Jira, no era visible en el organigrama de un movimiento de liberación del Polisario que se había autoproclamado progresista desde su fundación, ni de la RASD, la República Árabe Saharaui Democrática proclamada en 1976. Resultaba sospechoso que, cuando los periodistas españoles pedíamos entrevistar a una mujer con responsabilidades en el partido, solíamos acabar siempre en la jaima de Jira, como si no hubiese otra. “Es que ella habla muy bien español”, nos decían. Sí, efectivamente, lo habla como si fuese castiza de Chamberí pero, ¿nos podíamos contentar con esta explicación o ella era sólo la pieza bien aleccionada del muestrario propagandístico?
Por aquel entonces (finales de los ochenta), todavía no habían saltado al escenario Aminetu Haidar y muchas otras mujeres saharauis que hoy se han convertido en símbolo y ejemplo de esta activismo político. No había móviles ni Internet que, como ocurre ahora, pudiesen romper el cerco de silencio y el aislamiento en el que los marroquíes mantenían el Sáhara bajo su control, impidiendo la salida a los saharauis y la entrada de los viajeros. No había noticias de lo que allí ocurría que no fuesen las de la propaganda polisaria que tampoco tenía noticias de lo que estaba sufriendo Aminetu Haidar y otros desaparecidos saharauis, entre ellos muchas otras mujeres, que, como ella, luchaban por sobrevivir en las cárceleas secretas marroquíes.
Mi duda era por qué, si la mujer era tan importante para la lucha política como decía Jira, no era visible en el organigrama de un movimiento de liberación del Polisario que se había autoproclamado progresista desde su fundación, ni de la RASD, la República Árabe Saharaui Democrática proclamada en 1976. Resultaba sospechoso que, cuando los periodistas españoles pedíamos entrevistar a una mujer con responsabilidades en el partido, solíamos acabar siempre en la jaima de Jira, como si no hubiese otra. “Es que ella habla muy bien español”, nos decían. Sí, efectivamente, lo habla como si fuese castiza de Chamberí pero, ¿nos podíamos contentar con esta explicación o ella era sólo la pieza bien aleccionada del muestrario propagandístico?
Mujeres que conducen y comercian
Cuando más tarde viajé a Mauritania, adonde muchos saharauis dvan y vienen de los campamentos aprovechando los estrechos vínculos familiares, culturales y tribales que siempre han existido entre un lado y otro de la frontera saharaui-mauiritano, comprobé que, efectivamente, la mujer saharaui no responde a ese estereotipo de la mujer musulmana recluida en el hogar. Ni siquiera lo es la mujer mauritana pese a no haber avanzado tanto, dicen en los campamentos, como las saharauis del Polisario (algo bueno tenía que tener la lucha por la causa, suele ser la explicación).
En esta parte del Magreb, las mujeres conducen coches, sin tener que montar una campaña de desafío al poder y arriesgarse a recibir latigazos u otras penas, como ocurre en Arabia Saudí. Son mujeres, efectivamente, a las que no se puede encerrar en casa ni siquiera después del matrimonio y que, si se divorcian tanto por decisión propia o del cónyuge, suelen volver a casarse sin problemas. Son muy activas en el comercio, afición tradicional de las tribus moras, contribuyendo a las buenas cifras de compras con origen en Mauritania en las islas Canarias, ya sea con el método más socorrido de las maletas-gigantes que surten los puestos en los mercadillos o, las que tienen más medios, llenando contenedores de artículos de todo tipo que, desde Mauritania, lanzan a los circuitos del pequeño comercio transahariano.
Cuando más tarde viajé a Mauritania, adonde muchos saharauis dvan y vienen de los campamentos aprovechando los estrechos vínculos familiares, culturales y tribales que siempre han existido entre un lado y otro de la frontera saharaui-mauiritano, comprobé que, efectivamente, la mujer saharaui no responde a ese estereotipo de la mujer musulmana recluida en el hogar. Ni siquiera lo es la mujer mauritana pese a no haber avanzado tanto, dicen en los campamentos, como las saharauis del Polisario (algo bueno tenía que tener la lucha por la causa, suele ser la explicación).
En esta parte del Magreb, las mujeres conducen coches, sin tener que montar una campaña de desafío al poder y arriesgarse a recibir latigazos u otras penas, como ocurre en Arabia Saudí. Son mujeres, efectivamente, a las que no se puede encerrar en casa ni siquiera después del matrimonio y que, si se divorcian tanto por decisión propia o del cónyuge, suelen volver a casarse sin problemas. Son muy activas en el comercio, afición tradicional de las tribus moras, contribuyendo a las buenas cifras de compras con origen en Mauritania en las islas Canarias, ya sea con el método más socorrido de las maletas-gigantes que surten los puestos en los mercadillos o, las que tienen más medios, llenando contenedores de artículos de todo tipo que, desde Mauritania, lanzan a los circuitos del pequeño comercio transahariano.
Ataviadas con sus elegantes melfas, a cara descubierta y sin contar necesariamente con el marido, las mujeres mauritano-saharauis comerciantes más pudientes van y vienen desde Mauritania a Londres, Dubai o Hong Kong, en busca de mercancía. Lo mismo hacen las mujeres saharauis que viven o que logran trasladarse desde los campamentos de Tinduf a Mauritania, es decir en cuanto se desenvuelven en una “situación normal” que consiente hacer planes a corto y medio plazo.
Volví a encontrarme con Jira Bulahi en los campamentos mucho después del establecimiento del alto el fuego de la ONU en 1991. Su casa ya no era una jaima de tela, sino una de esas casitas que se han ido levantando en los campamentos de refugiados ante la evidencia de que la misión de la ONU que debía haberles devuelto a sus auténticas casas en el Sáhara Occidental, había encallado y tocaba seguir esperando.
Jira, curiosamente, no estaba ejerciendo ningún cargo. Había habido noticias (unas ciertas, otras falsas), de marginación en el aparato político del POLISARIO de saharauis discrepantes con la cúpula del movimiento. Así que no habían faltado los rumores que aseguraban que Jira hubiese sido una de las víctimas de estas batallas. Al encontrarnos, tuve la oportunidad de preguntarle a Jira por qué no estaba en la política activa y me contestó más o menos que no había abandonado, sino simplemente se había tomado un “sabático”.
“Más adelante volveré”, me dijo. “El día a día en los campamentos es una vida precaria que no le deja tiempo a la mujer para la política. Cualquier problema que en Madrid sería fácilmente solucionable, como una infección en los ojos de un niño, muy habitual con la polvareda de la hammada, aquí se convierte en un sin vivir. Mi padre acaba de fallecer, tras una larga enfermedad que nos ha exigido estar día y noche pendientes”, dijo con una mirada que se puso inequívocamente triste. “Estoy agotada. Me tomaré un descanso y volveré. Para que la mujer avance tenemos que estar ahí, no podemos quejarnos de que los hombres no nos hacen hueco, si nos quedamos en casa”.
Volví a encontrarme con Jira Bulahi en los campamentos mucho después del establecimiento del alto el fuego de la ONU en 1991. Su casa ya no era una jaima de tela, sino una de esas casitas que se han ido levantando en los campamentos de refugiados ante la evidencia de que la misión de la ONU que debía haberles devuelto a sus auténticas casas en el Sáhara Occidental, había encallado y tocaba seguir esperando.
Jira, curiosamente, no estaba ejerciendo ningún cargo. Había habido noticias (unas ciertas, otras falsas), de marginación en el aparato político del POLISARIO de saharauis discrepantes con la cúpula del movimiento. Así que no habían faltado los rumores que aseguraban que Jira hubiese sido una de las víctimas de estas batallas. Al encontrarnos, tuve la oportunidad de preguntarle a Jira por qué no estaba en la política activa y me contestó más o menos que no había abandonado, sino simplemente se había tomado un “sabático”.
“Más adelante volveré”, me dijo. “El día a día en los campamentos es una vida precaria que no le deja tiempo a la mujer para la política. Cualquier problema que en Madrid sería fácilmente solucionable, como una infección en los ojos de un niño, muy habitual con la polvareda de la hammada, aquí se convierte en un sin vivir. Mi padre acaba de fallecer, tras una larga enfermedad que nos ha exigido estar día y noche pendientes”, dijo con una mirada que se puso inequívocamente triste. “Estoy agotada. Me tomaré un descanso y volveré. Para que la mujer avance tenemos que estar ahí, no podemos quejarnos de que los hombres no nos hacen hueco, si nos quedamos en casa”.
En el 13º Congreso del Frente Polisario del pasado diciembre, Jira Bulahi fue elegida miembro del Secretariado Nacional del Frente Polisario y ministra de Formación Profesional y de la Función Pública de la RASD.
P.D. En mi opinión, los cargos políticos que ahora recaen sobre la dirigente del Polisario Jira Bulahi son lo de menos. Esta tarde hay una buena oportunidad de escucharla y recabar sus impresiones sobre la situación en los campamentos y otras muchas cosas a las 19.00 horas, en el Conde Duque de Madrid: pinchando aquí, está la convocatoria.
P.D. En mi opinión, los cargos políticos que ahora recaen sobre la dirigente del Polisario Jira Bulahi son lo de menos. Esta tarde hay una buena oportunidad de escucharla y recabar sus impresiones sobre la situación en los campamentos y otras muchas cosas a las 19.00 horas, en el Conde Duque de Madrid: pinchando aquí, está la convocatoria.
2 comentarios:
Cierto, la mujer saharaui obtuvo cotas de poder muy altas durante la guerra y ahora se niegan a abandonarlo. Son independientes y luchadoras lo he vivido de primera mano.
Porcierto en tu primera foto la chica de la melfah azul de la derecha de la imagen se parece muchísimo a nuestra Lab. No sabría decir si es ella o no pero son casi clavadas. ¿Podría saber de dónde es la foto?
Un beso.
Querida Antónia, como no lograba acordarme pregunté a Ricardo que tiene mejor memoria que yo. La foto se hizo en una jaima en Tifariti. Besos, Ana
Publicar un comentario