A l presentar el frustrado
proyecto de resolución que pedía al Consejo de Seguridad de la ONU intervenir en Siria, Marruecos se situó inequívocamente del lado de los Gobiernos que, liderados por Arabia Saudí y Qatar, han inclinado la balanza de la Liga Árabe a favor de la marcha de Bachar el Asad. En el tablero geopolítico que se superpone a la guerra civil siria, está claro que estos tres países juegan en el mismo campo que Estados Unidos y Francia frente a Rusia y China, que vetaron el texto marroquí. Pero de ahí, a negarle todo margen de acción y voluntad propia, limitando esta “agenda árabe” a un mero ejercicio de peones del “imperialismo yanki” y el “sionismo internacional”, hay un trecho.
Desde luego, no merece ninguna credibilidad la exhibición de rechazo a la matanza de civiles, invocación de la democracia y los derechos humanos con que estos tres gobiernos piden ahora el fin de Bachar el Asad, hasta hace no mucho, uno de los suyos. De estos tres países, solo Qatar puede exhibir
cierto mérito de adhesión reformista. Pese a ello,
el propio presidente Obama (muy agradecido a la diplomacia catarí) ha tenido que reconocer por lo bajinis que lo más provechoso para la causa de la democratización del mundo árabe que hay en este país del Golfo, es la cadena de televisión
Al Jazeera que, de ser durante la presidencia del presidente Bush el símbolo del poder mediático logrado por el islamismo radical, ha pasado a convertirse en el paladín de
la causa de los rebeldes y libertadores.
Mucho más claro es el caso de Marruecos, en eterno proceso de democratización desde los tiempos de Hassán II. Para qué hablar de Arabia Saudí, donde a la larga tradición de oscurantismo y repudio por los derechos humanos, se acaba de sumar una nueva perla, la de
la prohibición a las mujeres de participar en los Juegos Olímpicos…
Lo que persigue Arabia Saudí, líder indiscutible dentro de la Liga Árabe, al apoyar el cambio en Siria es justamente lo que Rusia intenta evitar a toda costa: un movimiento indispensable para dar el jaque mate a Irán. Si cae Bachar el Asad, Ahmadineyad se habrá quedado sin el último aliado de confianza que le queda a Irán en Oriente Próximo, la pieza fundamental del eje que tiene su otra pata en la alianza radical de los palestinos de Hamás y el Hizbolá libanés. Además de quedar aislado el principal azote de Israel, el indeseable régimen de los ayatolás quedará
debilitado y vulnerable a un posible cambio.
A Rusia y China (de ahí su veto favorable a El Asad), no les hace gracia perder la baza de Ahmadineyad por varias razones. La principal, sin embargo, es lo mucho que ambas superpotencias valoran al actual régimen de Teherán por mantener lejos de su
patio trasero euroasiático la influencia occidental y las aproximaciones de la OTAN.
Por el contrario, para el régimen saudí lo prioritario es acabar con un régimen al que considera como su principal enemigo. Pese a que
Ahmadineyad asegura que los países árabes le apoyan y que su único problema es haberse convertido en la bestia negra de EEUU,
los cables de Wikileaks lo dejaron muy claro: quien entre bastidores pide a Washington con denuedo un ataque militar contra Irán que no deje ni las raspas del programa nuclear de Irán, es Arabia Saudí y sus aliados musulmanes.
En este juego converge, aunque no siempre con un acuerdo total, el pequeño pero muy potente Qatar que, con su papel de “
partera del nuevo mundo árabe”, ha emergido como un nuevo referente imprescindible en los foros internacionales.
¿Qué busca Marruecos en el escenario sirio? Pues lo mismo que Qatar: influencia política con la que asegurar sus propios intereses. La prioridad de Mohamed VI es lograr que la comunidad internacional de por buena su anexión del Sáhara Occidental. Pero, para intentar lograr lo que no consiguió Sadam Hussein cuando lanzó las tropas iraquíes contra Kuwait, en Rabat necesitan muchos tantos a su favor en otros escenarios geopolíticos.