La noche del 19 de mayo un militar marroquí se abalanzó puñal en mano sobre la española María Belén López Díaz (a la derecha con su familia) en un pueblo en los alrededores de Gulimín, una localidad del sur de Marruecos, limítrofe con el Sáhara Occidental. Fue su marido el que recibió la puñalada al intentar parar el golpe de la gumía que, por suerte, sólo le seccionó los tendones de la muñeca izquierda. Lo peor, sin embargo, no fue este incidente sino que, al exigir justicia, su marido acabó en la cárcel. Quizás si hubiese sido francesa o alemana, otro gallo le hubiese cantado. Pero a María Belén nunca se le olvidará que tanto el militar que la agredió, como los policías de la comisaría adonde fue a denunciar los hechos se ríeron sonoramente en su cara al decir ella que era española: “¿Española? ¡Los españoles son basura!”.
Todo hay que decirlo, María Belén tiene un “problema” añadido y es que su marido y padre de sus dos niños es de origen saharaui. Se llama El Hamel Salah. Un problema doble porque, por el lado marroquí la convierte en blanco de la escalada de represión y arbitrariedad contra el pueblo saharaui en la que han desembocado las recientes victorias diplomáticas que, de momento, Mohamed VI ha cosechado en la ONU y Bruselas. Por el lado español, el talante promarroquí de la política exterior de Zapatero y todo lo que ello conlleva (evitar problemas aún a costa de los ciudadanos españoles), es tan notorio que hasta en la última comisaría de un poblacho del sur de Marruecos tienen claro que no se incurre en ningún problema insultando a una extranjera y vejándola ante su marido, si es española. De hecho, ningún medio español ha reflejado el incidente, salvaguardando así el brillo de las “reformas democráticas” y la buena imagen de Marruecos, como país “amigo” y destino ideal de viaje exótico.
FALSAS ACUSACIONES POLICIALES
El caso es que la pesadilla de María Belén y su familia no había hecho más que empezar con la agresión. Mientras su marido tenía que recorrer los 200 kilómetros hasta Agadir, porque tras las primeras curas que le hicieron en Gulimín había vuelto a sangrar, ella fue a denunciar al militar a la comisaría. Tras mucho insistir y soportar humillaciones (incluyendo que le escupiesen a la cara), tras la intervención del consulado al que ella había alertado, el militar fue detenido. Pero, acto seguido, los gendarmes fueron a buscar a El Hamel a su casa con una falsa acusación la de que había intentado secuestrar a una sobrina para llevársela a los campamentos del Polisario, en el sur de Argelia. En realidad, lo que a partir de ahí se pretendió, fue que María Belén renunciase a su demanda, a cambio de la liberación de su marido.
Ni Zapatero, ni la ministra Trinidad Jiménez, ni Elena Valenciano pueden reprochar en este caso a María Belén ese activismo propolisario que el pasado noviembre sirvió como vergonzosa excusa para decir más o menos que otra española, la canaria Carmen Roger, se tenía merecida la brutal paliza con la que policías marroquíes vestidos de paisano le dejaron en El Aaiún la cara desfigurada a golpes el pasado noviembre. Si a Carmen Roger le hubiese agredido su pareja, como mínimo, Bibiana Aído hubiese acudido lanza en ristre a denunciar el atropello. Como el que la dejó echa un Cristo era marroquí, Zapatero invocó la necesidad de una diplomacia sensata e inteligente mientras la Valenciano decía que la legalidad estaba del lado de la brutalidad del majzén, como si el Sáhara fuese ya de Mohamed VI y la legalidad se resolviese a patadas. La policía y la justicia marroquí deben de haber tomado buena nota de este precedente a la hora de exigir a María Belén que claudicase ante el atropello.
María Belén, de hecho, reside en Gulimín desde hace siete meses con su familia. Su marido se había quedado en el paro en Tenerife y creyendo quizás en ese reformismo de Mohamed VI alabado con tanta insistencia en España por Zapatero, Jiménez, Valenciano o Moratinos, el hombre buscó refugio en casa de los suyos. Dice María Belén que ellos llevan visitando a la familia de El Hamel desde hace siete años y nunca habían tenido problemas. “Solemos pasar cada año tres o cuatro meses en Gulimín para que los niños también conozcan la cultura saharaui de la familia paterna”, dice María Belén. Cuando le pregunté a María Belén si su marido está en el censo español de saharauis de 1974 (el que debería servir de base para el referéndum de autodeterminación de la ONU), no tiene claro de qué le hablo. Nada de activismo excepto el de buscarse activamente la vida para dar de comer a sus dos niños, a menos que cuente como historial político subversivo, ser primo carnal del corredor y héroe saharaui, Amaidan Salah.
Ese jueves 19 de mayo que rompió su tranquila rutina, la familia estaba dando un paseo en coche tras una cena en casa de parientes. Era la una de la madrugada y el militar agresor los estaba esperando en el recodo oscuro de una calle. Saltó de las sombras a la luz para cerrarles el paso y, con actitud claramente provocadora, le dijo a El Hamel: “Si eres marroquí puedes pasar; pero si eres saharaui, por esta calle no sigues.
Es obvio cuál fue la respuesta. Al fin y al cabo, ¿no dice Mohamed VI y la ONU le hace la ola, que él les está dando a los saharauis una amplia autonomía? Pues entonces saharaui debería ser allí como decir en España catalanes, vascos, andaluces y madrilelos del Foro. Pero, no. Al parecer, la autonomía no abarca ese apartado y en la trifulca que siguió, hasta Mohamed, el hijo de dos años y medio, acabó de bruces en el suelo de una patada militar. Además, el agresor rompió los cristales del coche que llevaban y que era de alquiler; les robó el dinero que llevaban encima, la radio del vehículo y el DNI español (por supuesto) de María Belén…
LA ESCALADA MARROQUÍ DE ODIO ANTISAHARAUI
Evidentemente, la familia de la española Maria Belén López Díaz ha sido víctima de la escalada de aversión antisaharaui que, desde el vértice del majzén, está calando en la cadena de mando hasta sus soldados raso, tanto si son residentes del Sáhara Occidental ilegalmente ocupado o en cualquier otra parte del territorio marroquí, especialmente en esa franja de la antigua Tarfaya, situada un poco más al sur de Gulimín y también conocida como el país de los Tecnas Libres (tribu a la que pertenece el marido de María Belén), que España entregó a Marruecos en 1958 y que quedó incluida del lado marroquí del paralelo 27’ 40.
No es el único caso de brutalidad antisaharaui. Ya las atrocidades que siguieron a la batalla campal en Gdaim Izik en diciembre demostraron que ni siquiera los saharauis que se habían mostrado afines a la anexión se libraron de la ira de los invasores. El acoso a la familia de Said Dambar, un joven tiroteado a bocajarro cuando salía de un cibercafé de ver un partido de la Liga Española, es otro ejemplo criminal de esta nueva ola de odio contra el pueblo saharaui (en la foto Jamila, la hermana de Said, muestra un retrato de su hermano pidiendo justicia).
Otro dato del caso: María Belén acusa al consulado de Agadir de no haberla defendido con el pretexto de que el que estaba detenido era su marido, con pasaporte marroquí. El cónsul José Pintor Aguilar asegura en cambio que atendió a María Belén que, efecticamente le informó de la detención del marido pero no le comunicó seguidamente que, lo que había por medio, era un vil chantaje.
P.D. Moraleja, no le echemos la culpa a la ONU, ni a Bruselas ni a la crisis de lo que ocurra en el Sáhara Occidenal, salidas facilonas y socorridas para echar balones afuera. La impunidad y soberbia marroquí no tendría tanta capacidad de maniobra si España cumpliese con el derecho internacional. Estar fuera de la ley, nos hace vulnerables en cualquier comisaría marroquí. Por eso soy partidaria y firmante de la campaña de la APDH para que España cumpla con la legalidadad de la ONU. Quien quiera consultar y adherirse pinche aquí.
Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional
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