Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional

lunes, 2 de mayo de 2011

BIN LADEN, LA COARTADA DE LOS TIRANOS "MODERADOS"


"El sueño de mi abuelo", una obra del prestigioso fotógrafo Samuel Fosso que integraba la fantástica exposición África, objetos y sujetos que pude disfrutar en el Teatro Fernán Gómez, en Madrid y que ayer se supone cerró sus puertas. Una pena para quien haya perdido la oportunidad de contemplar un África de ayer y de hoy, en rotundo contraste con sus tormentos políticos.


El presidente Obama ha anunciado a bombo y platillo la muerte de Osama Bin Laden. El precio del barril Brent de petróleo ha caído (habrá que ver si se refleja en el precio de la gasolina) y la bolsa de Nueva York ha subido. Para Occidente es una buena noticia pero, ¿qué van a hacer ahora los autócratas y dictadores del mundo árabe y musulmán como Mohamed VI que se escudaron en la amenaza de Al Qaeda para justificar sus poderes absolutos, sus regímenes opresivos y corruptos, sus tropelías a diestro y siniestro? Afortunadamente para ellos, seguro que la organización tendrá preparado a un sustituto mientras ellos rentabilizan la pérdida con pedidos en China de camisetas con la efigie del difunto líder que, ya se demostró con el Ché, sonriendo sobre las chepas de los nostálgicos nos recordará que, tras su fin en este mundo, el peligro del terror continua.

Los primeros en alentar la inquietud serán los dictadores que antes llamábamos moderados. No hay más que hacer un repaso al argumentario de los que han sido azotados por la tempestad que comenzó con la protesta saharaui del campamento de Gdaim Izik. “O yo, o al Qaeda”, advirtió a las potencias occidentales el todavía presidente de Egipto Hosni Mubarak, en un vano intento por disuadir a sus antiguos aliados a que le dejasen las manos libres para aplastar la sublevación popular que acabó derrocándolo. Ben Alí en Túnez, cuando se vio en aprietos ante el estallido de la rabia popular, también dijo algo parecido, aferrándose inútilmente al talismán del miedo occidental a la amenaza islamista.

El coronel Gadafi también intentó el mismo truco, intentando atribuir la revuelta de los suyos a una conspiración del mismísimo Osama Bin Laden al que acusó de haber distribuido la droga que volvió loca a la juventud hasta el punto de echarse a la calle en su contra. Si hiciésemos caso de todos los que le invocaban buscando protección y salvamento en nombre de un mal menor, la capacidad conspirativa y el don de la ubicuidad de Bin Laden dejaban cortos a la incesante actividad del perverso jefe de la organización Spectra sin el que el James Bond de Operación Trueno (Thunderball) se hubiese convertido en el ñoñica e insulso 007 de Casino Royal de 2006.


En un debate del programa de Javier Somalo dedicado a la crisis del mundo árabe, cuando todavía no peligraba el trono de Gadafi, ya me pronuncié en contra de los argumentos que protegen a los tiranos en nombre de la seguridad, la seguridad y la paz, a contracorriente de la voluntad de los pueblos. Ni es una estrategia éticamente tolerable, ni tan eficiente, como se está demostrando. A ello habría que añadir que, a base de repetir que más vale una tiranía “moderada” que un régimen de ayatolás, los tiranos sin escrúpulos pueden acabar cayendo en la tentación de dar credibilidad a ese peligro islamista que los protege con Al Qaedas de encargo. Y es que los que aspiran a crear estirpes dinásticas son capaces de cualquier cosa con tal de seguir saqueando las arcas del estado a costa del hambre de su pueblo. Ahí está el caso de Teodoro Obiang, en Guinea Ecuatorial, que ha convertido en un clásico el “autogolpe” urdido en las cloacas de su guardia pretoriana sin otro fin que el de detener, torturar y fusilar sin juicio a todo sospechoso de no comulgar con su cleptocracia. Gaddafi, sin ir más lejos, con su experiencia en mover los hilos del terrorismo, lo tendría muy fácil para montar el escenario que requiere que personajes como él se conviertan en aliados imprescindibles.


MOHAMED VI Y LA BAZA DE AL QAEDA

No es el caso de Marruecos, aseguran Zapatero, Moratinos, Rubalcaba y Trinidad Jiménez. De hecho allí el ascenso de los islamistas hace tiempo que tiene rostro y siglas, las del jeque Abdesalam Yassine, fundador y líder de Justicia y Espiritualidad, un movimiento ilegal aunque “tolerado” que los simpatizantes de la monarquía alauita aseguran ha optado por unirse a las convocatorias de protestas que vienen organizándose en Marruecos a través de Facebook para pedir un cambio de régimen. Así por ejemplo, cuando el pasado 13 de marzo hubo decenas de heridos en la carga de las fuerzas policiales contra una manifestación a favor de las reformas que se registró en Casablanca ante la sed del Partido Socialista Unificado (PSU), los responsables de Interior alauitas pidieron comprensión por sus modos brutales al asegurar que en realidad, muchos de los que protestaban, eran islamistas disfrazados de sociatas.

También hay en el país vecino una larga trayectoria de atentados atribuidos a franquicias de Al Qaeda en el Magreb que ilustra los graves obstáculos con los que tropieza Mohamed VI para avanzar en la democratización repetidamente anunciada y continuamente aplazada desde su subida al trono en 1999. Por eso, el nuevo atentado en Marraquech (atribuido de inmediato a Al Qaeda y Osama Bin Laden) se ha convertido en el epicentro de sesudos análisis sobre si la enésima promesa de transición con la que el rey Mohamed deslumbró a la comunidad internacional el pasado 9 de marzo tendrá que volver a congelarse por el bien de la paz mundial.

Por lo que se dice en Rabat, el terrorismo islamista que acecha en Marruecos nada tiene que ver con el que serpentea en Argelia, no al menos con el de las células de Al Aqmi que los marroquíes aseguran son un juguete de los servicios de seguridad de Argel para ganarse con sus logros en la lucha contra el terror islamista el favor de EEUU. En Rabat, siempre se vincula a sus terroristas islámicos con el Frente POLISARIO. Desde la masacre de Atocha en el 11-M (donde no hubo ningún saharaui implicado), pasando por los enfrentamientos en el campamento de Gdaim Izik del pasado diciembre, allí siempre relacionan la proliferación de la lacra islamista con la falta de control sobre el desierto del pueblo saharaui que no está bajo la bota de su rey. Su lema siempre es que habrá terrorismo mientras no se resuelva el conflicto, entendiendo por solución, claro está, la de la anexión del Sáhara Occidental a Marruecos.

El profesor Ruiz Miguel ya elaboró un extenso trabajo, ratificado por el departamento de Estado norteamericano sobre las muchas mentiras que entraña esta vinculación marroquí entre POLISARIO e islamismo salafista. Pero, en cualquier caso, los que no creemos que la paz pueda construirse a costa de la violación de las libertades, derechos humanos y, en el caso del Sáhara, del atropello del derecho internacional, cruzaremos los dedos para que si vuelven a repetirse nuevos atentados en Marruecos no aparezca entre los escombros un suicida saharaui.

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