Las matanzas de Ruanda de 1994 siguen siendo un enigma sin resolver que levanta grandes ampollas. No hay más que ver la polvareda que ha levantado la visita a Madrid del polémico presidente ruandés Paul Kagame. Las ONG que se han movilizado para que Zapatero no reciba a Kagame acusan al dirigente ruandés de ser un genocida impresentable. Pero la historia no es así de simple.
Paul Kagame, evidentemente, no es un angelito y Zapatero debería aprovechar sus reuniones con él para seguirle pidiendo explicaciones sobre quién asesinó a los nueve españoles (misioneros y cooperantes) que se convirtieron en testigos incómodos. Pero dicho esto, un ángel no lo hubiese tenido fácil para sobrevivir a una guerra que se desencadenó con la matanza de tutsis y (no lo olvidemos) también hutus, que en abril de 1994 se llevó en pocos días a millón y medio de vidas, la mayoría a golpe de machete. A partir de ahí lo que se suele simplificar como un conflicto tribal (es, decir, una guerra civil) traspasó las fronteras del pequeño país de las mil colinas y se convirtió en un conflicto internacional que se extendió como una mancha de aceite a los países vecinos e implicó a otros, no fronterizos (Burundi, Uganda, el ex Zaire, Tanzania, Angola, etc). Pero, aunque esta es todavía una historia con muchos interrogantes, una cosa es segura: convertir a Kagame en el único responsable del genocidio ruandés (como dan a entender los resumidos antecedentes del "todoscontrakagame") es mucho simplificar. Es más, tener la certeza absoluta de que así fue, supondría acabar con el enigma.
Lo que sí es seguro es que la matanza ruandesa fue el punto de partida de un conflicto generalizado en el que llegó a ser difícil aclararse con el quién estaba con quién y que puso sobre la mesa, una vez más, ese desmembramiento del Congo (ex Zaire) que ya había hecho su primera intentona sobre el telón de fondo de la guerra fría en los años sesenta (justo estos días se han cumplido los 50 años de aniversario de la independencia de este gran país).
En menos de cuatro años, hubo cinco millones de muertos aunque, desgraciadamente, nadie hablaba de ello mientras en España todo el mundo se echaba a la calle electrizado con el “no a la guerra” por la intervención americana en Irak. Porque, sea dicho de paso, este Fuenteovejuna contra Kagame es una iniciativa de la sociedad civil inédita y sorprendente no sólo por la época del año poco propicia a las protestas callejeras, como por el tema, un conflicto de escenario africano en el que no hay americanos por medio (o eso parece).
El caso es que ahora la opinión pública española está más concienciada e informada sobre los largos tentáculos de los intereses de grandes empresas no africanas y su capacidad para mover los hilos de los odios tribales que en ciertas partes de África están tan a flor de piel como en los Balcanes, siempre a punto de prenderle la mecha a lo que es un polvorín. Ahora ya hablamos con cierta soltura de la guerra del coltán aunque todavía se deja en segundo plano o se obvia completamente (¿por ignorancia) ese otro gran enfrentamiento que larvó el conflicto de Ruanda que fue la rivalidad entre EEUU y Francia por el control de África y sus recursos.
En ese trágico ajedrez de guerras africanas el Frente Patriótico Ruandés (la guerrilla tutsi que lideraba Kagame) y la Uganda del presidente Yoweri Museveni (con el que Kagame había luchado cuando también él no era más que un jefe guerrillero) se convirtió con sus aliados ugandeses en el núcleo duro de una alianza anglófona y proamericana. O al menos así lo veían los que culparon a la guerrilla de Kagame de haber lanzado el misil contra el avión de los presidentes que desató la venganza de los extremistas de la etnia hutu que detentaba el poder en Kigali, que desembocó en una de las más matanzas más terribles de la historia reciente.
Precisamente porque esta cuestión de las amistades tiene un doble reverso, Kagame siempre ha negado que fuese él el culpable del atentado y siempre ha puesto su dedo acusador marcando hacia París, señalando al ya fallecido presidente Mitterrand y otros altos dirigentes franceses (Eduardo Balladur, Villepin, Vedrine) como cómplices de los responsables materiales de la matanza que había comenzado a prepararse mucho antes de que el misil se llevase por delante al presidente de Ruanda hutu, su colega de Burundi y los acuerdos de paz firmados en Arusha.
A partir de ahí, además de la guerra y nuevas matanzas, estalló una guerra mediático-judicial entre París y Kigali, con cada uno de los bandos buscando responsables del genocidio en el contrario. Desde luego, sin este genocidio Kagame no hubiese tenido el pretexto que necesitaba para tomar el asalto definitivo al poder. Pero, a la vez, está probado que si los extremistas hutus fueron tan eficientes segando vidas fue porque el plan de limpieza étnica había sido planificado minuciosamente y con mucha antelación, esperando sólo la señal de partida para ponerse en marcha. Quedan otros misterios por resolver como el por qué, al último momento, el presidente ugandés se bajó del avión bombardeado (salvando así la vida milagrosamente) o dónde fue a parar la caja negra del avión derribado que la prensa francesa publicó fue recogida por las fuerzas francesas que participaron la operación Turquesa.
No es un secreto que Francia fue en buena medida responsable del torpedeo con el que se favoreció la inacción de la ONU para evitar una catástrofe que se veía venir. Tampoco lo es que ayudó y alentó a la facción extremista hutu del entonces gobierno ruandés (francófono y muy en la órbita francesa) en su campaña racista y xenófoba con la que animaron a su gente a empuñar el machete contra el vecino. Y también es sabido que a Kagame no le falta razón cuando dice que la operación Turquesa, con el pretexto de crear una zona de seguridad con fines humanitarios, la utilizó Francia para facilitar la retirada de sus protegidos hutus, incluyendo los responsables del genocidio, que se colaron entre las hileras de refugiados que marcharon a países vecinos con el amparo de la ONU.
El caso es que no hay certezas sobre cuál es la cuestión clave, es decir, quién fue o quiénes fueron los responsables de la matanza que luego le sirvió a Kagame de pretexto para iniciar su propia guerra de venganza que le llevó hasta el vecino Congo y que, a su vez, aprovechó como coartada para el saqueo y la rapiña de las inmensas riquezas mineras del vecino.
Va a ser difícil que se haga la luz porque este drama africano ha salpicado a demasiados frentes. Ni siquiera la Iglesia católica, ni las iglesias Metodistas Libre, Presbiteriana, Bautista de séptimo Día (hutus/católicos frente a tutsis/protestantes) se han librado del reparto de culpas.
Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional
viernes, 16 de julio de 2010
domingo, 11 de julio de 2010
EL SÁHARA, ESPAÑA, LA ROJA Y LA ROJIGUALDA
Foto de Ricardo Aznar.
Tal como lo contaban, daba la impresión de que la rojigualda había sido un invento de Franco para simbolizar con tres franjas de color el triunfo de su “cruzada”, su idea de patria y los logros de sus “40 años de paz”. Quizás por eso, en una de esas marchas con las que todos los años se recuerda el escándalo sin resolver de los acuerdos de Madrid de noviembre de 1975, al coronel Javier Perote tres jovencitos muy airados le arrebataron una de esas banderas que ahora andan agotadas en los chinos y se la dejaron hecha jirones, que el más grande era del tamaño de una tirita.
Menos mal que un admirador de los escritos y la perseverancia del coronel en la cuestión del Sáhara vio desde lejos la escena y acudió a tiempo para que la rabia de los jóvenes no tuviese alguna extraña ocurrencia con el asta de la insignia. Evidentemente ninguno de esos ejemplos de mala furia española sabían que el coronel tiene un historial que siempre le hizo ir de marciano por la vida, incluso en la confusion de los prolegómenos de la Transición, ni que él lleva en la causa del Sáhara, desgraciadamente para los saharauis, más años de los que el mayor de ellos podía llevar en la vida. De hecho, si a este coronel con alma de poeta se le había ocurrido ese día romper tabúes y llevar a una manifestación plagada de banderas saharauis, extranjeras y españolas (pero nunca una de la que debería ser la de todos), era precisamente porque eso le parecía un terrible contrasentido, además de un tremendo error estratégico para sumar apoyos a la causa del pueblo saharaui que es, al fin y al cabo, de lo que debía de tratar este tipo de actos solidarios.
Claro que ese día no estaba el horno para bollos porque también se le había ocurrido a algunos diputados del PP sumarse a la manifestación (todavía estaba vigente el giro prosaharaui de Aznar que había desembocado en el golpe de efecto de Mohamed contra el Perejil). En vez de alegrarse, algunos organizadores de la marcha procedentes del PSOE y UGT más purista, habían fruncido el ceño y se habían puesto muy nerviosos. Y en lugar de acogerles con un “ya era hora”, sólo les faltó expulsar a los recién llegados con un “fuera de aquí que esto es NUESTRO y no estamos para compartir causas con nadie”. Así que era normal que el mismo que, cuando vio a uno de los peperos aparecer (creo que era Moragas, ¿no?) y soltó lo de “¿pero y qué hace éste aquí?”, no hiciese nada a favor de la tolerancia ni del respeto de las canas y la libertad de expresión. Vio al coronel en apuros pero se limitó a un lavado de manos verbal de lo más contundente: “esa no es mi bandera”, le dijo a Perote.
Él tampoco debía de haber consultado la Wikipedia porque incluso ahí cuentan que la rojigualda no fue una creación artístico-patriótica del “Generalísimo”, sino que ya tenía más de 151 años cuando algunos generales organizaron su alzamiento contra la República en 1936 y que el Real Decreto que en 1785 aprobó el diseño que hoy causa furor gracias a la Roja ni siquiera arrancó de un deseo de exhibir grandeur, imperio o patriotismo sino de una necesidad de orden tan eminentemente práctico como era que no se confundiesen a los buques mercantes y de la armada (que llevaban un pabellón de armas reales sobre paño blanco) con los de Francia, Nápoles, Toscana, Parma o Sicilia. Todas estas naciones (Italia todavía no existía) llevaban entonces una insignia muy parecida por eso de que en cada una de ellas reinaban ramas de los Borbones y que el color blanco era seña de identidad de esta casa real. Así que Carlos III no dudó en pasar del blanco justificándolo así:
"Para evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la Bandera Nacional de que usa Mi Armada Naval y demás Embarcaciones Españolas, equivocándose a largas distancias ó con vientos calmosos con la de otras Naciones…
Por cierto, que también en la Wikpipedia podían haber leído los que tanto envidian a la bandera francesa que, a pesar de tanta revolución y guillotina contra la nobleza, en 1794 dejaron en la franja central el blanco no como símbolo de alguna pureza ideológica sino como lo que siempre había sido, el color de la monarquía. Cualquiera lo diría con un diseño que se aprobó un 27 de pluvioso de la I República…"
El caso es que el pobre coronel Perote debe de estarse preguntando si esos jóvenes puristas no serán de los que ahora andan buscando vuvuzelas rojas como locos. Dicen que la mayor parte de los que todavía no las tienen no se conforman con los argumentos con que en los chinos de Lavapiés están intentando hacer frente a su imposibilidad de responder a la demanda (ya llevan días agotadas), reciclando los poderosos rompetímpanos que les sobraron a los colegas de Italia con el pretexto de que nuestros héroes de la selección hoy van con de azzurros y no de rojos.
Pase lo que pase hoy, ojalá en las próximas marchas el coronel no tenga que mirar con envidia, por ejemplo, a los portugueses que, a pesar de sus generales y sus muchos más años de dictadura amiga de la de Franco, a la manifestación de diciembre para celebrar el triunfo de Aminetu vinieron a Madrid con una vistosa insignia nacional. Yo, por si las moscas, pregunté si formaban parte de una representación gubernamental. Un señor que era el portavoz de la Associação Amizade Portugal Sahara Occidental me dijo riendo que no, que en el grupo había representantes de la asociación solidaria, fuerzas políticas y sindicales de derecha, centro e izquierda que apoyan la causa saharaui en Portugal y que esa que llevaban con mucho orgullo es la bandera que, a pesar del salazarismo, les representa a todos.
En fin, que yo cruzo muchos los dedos para que gane la Roja porque, entre otras cosas es lo menos que puede hacer una que, además, tiene un trocito de alma en África. Porque, no nos engañemos, en el primer mundial en continente africano lo único africano (y a mucha honra) que quedó allí desde que fue eliminada Ghana, somos los españoles. Y no apetece nada que en el deporte de los oprimidos durante el aparheid, el que jugaban los presos de Robben Island como Mandela, les vayan a ganar en casa los descendientes de los inventores del credo que puso en práctica el régimen de la discriminación racial…De hecho, a los que todavía no la hayan visto, aconsejo no se pierdan Invictus, la película de Clint Eastwood sobre Mandela, la minoría afrikaaner (holandesa) y el dilema de cómo hacer una nación con el rugby, el deporte de los racistas blancos…
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