Níger, Mali o Sáhara Occidental, ya lo dije, son piezas de la gran partida saheliana (vasos comunicantes incluso) en la que poderosas fuerzas compiten entre sí por ver quién se lleva el gato al agua tanto en materia de influencia política como de control de los enormes recursos energéticos que abundan en la región. En el caso de Níger, el golpe de estado del pasado 18 de febrero ha abierto importantes incógnitas sobre cómo el derrocamiento del presidente Mamadou Tandja podría a afectar a los equilibrios entre el resto de los peones.
Lo primero, por supuesto, es la evolución interna ya que, con todos sus peros, Tandja había sido elegido en las urnas y un régimen militar constituye un paso atrás inaceptable incluso para la Unión Africana. Conscientes de ello, los militares de la junta han prometido el pronto retorno a la democracia. Pero, al final, todo se mezcla así que el viaje a principios de mes a Marruecos de una delegación nigerina desató los rumores de que además de informar y pedir comprensión, los enviados de la junta habían pedido a Mohamed VI el favor de que añadiese a su colección de mandamases africanos exiliados, al ex presidente Tandja.
En cuanto a la cuestión puramente exterior, por el momento Níger ha participado el pasado día 16 en la cumbre que celebraron en Argel los siete países del Sahel (además de Argelia y Níger, Burkina Faso, Libia, Mali y Mauritania) con el propósito de consolidar una estrategia común contra el terrorismo de Al Qaeda. Allí, Argelia y, sobre todo Mauritania, han vuelto a condenar que, para lograr la liberación del francés secuestrado por los radicales islámicos Pierre Camatte, Mali haya cedido al chantaje de los terroristas que exigieron y lograron la liberación de cuatro de sus guerrilleros que se hallaban encerrados en cárceles malienses.
No sólo está sobre la mesa una decisión que ha roto el consenso que los siete países habían establecido para la formación de un frente común , impulsada con mucha energía especialmente por Argelia (convaleciente de un cáncer que tiene mucho interés en que no se le reproduzca), que se opone al pago de rescates que acaban siendo reinvertidos en armas y logística para la expansión del terrorismo y, mucho menos, la liberación de terroristas a cambio de europeos. Lo que también se reprocha al Gobierno de Mali es de haber hecho añicos una política de unión que mucho había costado tejer cediendo a las presiones de Sarkozy y consintiendo así que Francia se saliese con la suya que, además de la liberación de Camatte, era impedir que cuaje una unión entre africanos que inevitablemente marginaría a la madre patria del juego norteafricano.
En cualquier caso, aparentemente, la tensión que colea entre los socios sahelianos por lo que consideran traicionera jugada del Gobierno de Mali, ha acaparado la atención de esta reunión que también estaba dedicada a asuntos relacionados con la paz y el desarrollo.
Mucho comentario sobre la pataleta del Gobierno mauritano que se ha opuesto a que Bamako sea la sede de la próxima reunión. Apenas ninguna alusión a la situación en Níger a pesar de que la junta militar ya está teniendo que lidiar con el grave riesgo de una hambruna que podría poner en peligro la vida de ocho millones de personas.
Hay, sin embargo, una noticia de gran interés divulgada por la agencia oficial de noticias argelina APS: la junta militar de Níger contempla la posibilidad de revisar los permisos de explotación mineros del grupo francés Areva –puntal de la política energética francesa- que extrae la mitad de su uranio de las minas de esta antigua colonia africana.
Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional
miércoles, 24 de marzo de 2010
domingo, 21 de marzo de 2010
NAMIBIA, 20 AÑOS DE INDEPENDENCIA. ¿Y EL SÁHARA QUÉ?
Hoy se han cumplido 20 años de la independencia de Namibia. El pasado noviembre se celebró a bombo y platillo el 20 aniversario de la caída del muro de Berlín, símbolo por excelencia para los europeos del fin de la guerra fría. Casi al mismo tiempo, en el África austral, el nacimiento del estado namibio fue otro síntoma de que algo importante estaba ocurriendo en la dinámica geopolítica que había dominado las relaciones internacionales desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Era inevitable no percibirlo así en la ceremonia de alumbramiento del nuevo miembro de la comunidad internacional que se desarrolló al filo de la medianoche ante 50.000 personas que abarrotaban el estadio de Windhoek, la capital de lo que hasta entonces había sido el territorio del África del Suroeste. Los periodistas que estábamos acreditados para la ocasión no perdíamos de vista la tribuna de honor donde el presidente surafricano Frederik De Klerk compartía el protagonismo con Sam Nujoma, el flamante presidente al que el pueblo namibio acababa de elegir en unas elecciones democráticas organizadas bajo la supervisión de la ONU entre cuyos cascos azules había un centenar de miembros de las fuerzas aéreas españolas.
Namibia había permanecido desde hacía 70 años bajo la administración de Sudáfrica. Esa noche iba a ser la última vez que el himno surafricano, el de la Suráfrica del apartheid que acababa de liberar a Nelson Mandela pero que seguía siendo racista, iba a sonar representando también al pueblo namibio. El régimen surafricano había por fin soltado la presa tras haber hecho todo lo posible por quedarse el territorio que, durante décadas, había defendido formaba parte integrante del Estado de Sudáfrica.
En Pretoria se habían valido de argumentos y circunstancias muy parecidas a las que Hassán II, el padre de Mohamed VI, había sacado provecho en 1975 para invadir el Sáhara español en 1975: que si Nujoma era un "terrorista" a sueldo del comunismo internacional, que si la SWAPO –el movimiento de liberación que luchaba contra la ocupación surafricana de Namibia y que dirigía Nujoma– era un grupo de bandidos manejados por la URSS...Y, por supuesto, como siguen haciendo los alauitas con el Sáhara, los gobernantes surafricanos también se habían saltado a la torera resoluciones de la ONU y dictámenes jurídicos de la Corte internacional de La Haya para poder seguir ocupando ilegalmente Namibia, haciendo como que esa tierra era una provincia más de Sudáfrica, mientras explotaban ilegalmente los ricos recursos pesqueros y mineros (especialmente uranio) de lo que decían era la prolongación natural hacia el norte de su país. Cuántas similitudes con la postura de desafío a la comunidad internacional con la que Mohamed VI, el actual sultán alauita sigue haciendo como que el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui no existe y que no hay vuelta atrás con la anexión de lo que él llama las “provincias del sur de Marruecos”…
La confusión de la guerra fría le había servido a la Sudáfrica del apartheid para recibir el apoyo de Occidente en su lucha por mantener apuntalado un régimen deleznable pero que en el marco de la confrontación internacional se había convertido en un mal menor para EEUU y sus aliados frente a la solidaridad recibida por el ANC de Nelson Mandela por los movimientos de liberación surgidos en los países vecinos de las luchas contra el colonialismo. No nos olvidemos que la batalla contra la opresión colonial había entrado desde los años sesenta en el paquete de la guerra al imperialismo opresor y, por lo tanto, tenía todas las papeletas de recibir el cobijo automático del eje prosoviético, con ayuda militar cubana incluida.
Había excepciones a esta dinámica que convertía a los movimientos de liberación africanos en naturalmente rojos y procomunistas. Por ejemplo, en la vecina Angola, la guerra civil en la que había derivado la lucha contra el colonialismo portugués (entonces aliado de la Sudáfrica racista) había convertido a la UNITA de Jonas Savimbi, inicialmente maoísta y prochina, en un movimiento prooccidental y amigo del eje imperialista por arte de esa magia potagia que suele convertir en amigo al enemigo del propio enemigo: ¿dónde mejor iba a encontrar apoyo Savimbi en su lucha a muerte contra el MPLA (el otro movimiento de liberación angoleño con el que se disputó el poder hasta su muerte)? Era lo natural y normal después de que sus rivales del MPLA cayesen en la órbita soviética y recibiesen el apoyo sobre terreno de 30.000 soldados de la Cuba de Castro. Y si encima, las guerrillas de la SWAPO, el MPLA o la FRELIMO en Mozambique hacían causa común en esa llamada Línea de Frente contra el “imperialismo” y su peón en la zona (la Sudáfrica racista), a ver quién escapaba allí a la espiral infernal del enfrentamiento este-oeste...
El resultado fue que este capítulo de la guerra fría convirtió durante más de veinte años en un gran campo de batalla esa inmensa franja del continente que, desde Angola, se extiende desde la costa del Atlántico hasta el Océano Índico de las costas de Mozambique, bordeando por el norte las fronteras del antiguo Zaire (hoy República Democrática de Congo) gobernado por el corrupto y temible dictador Mobutu Sese Seko, miembro del gran eje conservador y prooccidental africano del que, además de Jonas Savimbi y la Sudáfrica racista, también formaba parte el rey marroquí Hassán II.
Según datos de la UNICEF, la guerra fría en el África austral alcanzó una virulencia y eficacia letal comparables a la de las más famosas guerras de Vietnam o Corea: según sus cálculos, desde 1980, unos 1,3 millones de personas habían muerto directa o indirectamente a causa de los conflictos en Angola (al que estaba ligado el de Namibia) y Mozambique.
Afortunadamente, en 1989 el deshielo entre EEUU y la URSS había comenzado a dar sus frutos: las tropas cubanas estacionadas en Angola volvían a su casa tras haber asestado una terrible derrota a las tropas surafricanas en Cuito Cuanavale y, mientras en Berlín los alemanes acababan literalmente a martillazos con el muro de la vergüenza y convertían sus restos en souvenirs para turistas, en Namibia la ONU lograba llevar a término las elecciones con las que culminaba el proceso de autodeterminación.
Tres meses después, allí estaba en el estadio de Windhoek la crema y nata de la alta política internacional presenciando cómo dos antiguos enemigos a muerte se daban la mano y se comprometían a una sincera y duradera buena vecindad mientras se arriaba por última vez la bandera surafricana y, en su lugar, se izaba la bandera de Namibia. Como había dicho De Klerk, el encaje de bolillos con acuerdos a varias bandas entre peones grandes y pequeños que había hecho posible esa escena idílica de amistad y llamamientos a la paz y la convivencia, impensable hacía apenas un año, prometían el comienzo de una nueva era para toda el África austral e, incluso para todo el continente al sur de Gibraltar. A partir de ahí cayó el apartheid en Suráfrica, se pusieron en marcha las negociaciones de paz en Angola y Mozambique y Mobutu Sese Seko, por ejemplo, no pudo morir en su país.
Por cierto, que entre los altos dignatarios de más de 150 países que asistieron a esa ceremonia histórica en Windhoek, se encontraba el presidente de la RASD Mohamed Abdelaziz. Imposible olvidar su expresión de felicidad. Tenía motivos para ello: un movimiento de liberación amigo del POLISARIO había logrado la libertad de su pueblo y había culminado su triunfo con la inaguración de un Parlamento democrático, un fenómeno entonces muy raro en el continente africano.
Todo hacía pensar que, una vez que la penúltima colonia de África había alcanzado la autodeterminación, le tocaría el turno al Sáhara Occidental. Tras la medianoche ya no quedarían más pueblos en África pendientes de descolonizar excepto el saharaui, Marruecos ya había aceptado la celebración del referéndum de la ONU a cambio de que el POLISARIO aceptase el alto el fuego y, con la perestroika que ya se adivinaba, ya no había más excusas para que el rey Hassán II siguiese contando con la complicidad de las potencias occidentales a cambio de su papel de gendarme en el Norte de África contra el eje soviético…Veinte años después el pueblo saharaui sigue esperando. ¿Por qué con Namibia (o Timor Este), sí, y con el Sáhara no?
Era inevitable no percibirlo así en la ceremonia de alumbramiento del nuevo miembro de la comunidad internacional que se desarrolló al filo de la medianoche ante 50.000 personas que abarrotaban el estadio de Windhoek, la capital de lo que hasta entonces había sido el territorio del África del Suroeste. Los periodistas que estábamos acreditados para la ocasión no perdíamos de vista la tribuna de honor donde el presidente surafricano Frederik De Klerk compartía el protagonismo con Sam Nujoma, el flamante presidente al que el pueblo namibio acababa de elegir en unas elecciones democráticas organizadas bajo la supervisión de la ONU entre cuyos cascos azules había un centenar de miembros de las fuerzas aéreas españolas.
Namibia había permanecido desde hacía 70 años bajo la administración de Sudáfrica. Esa noche iba a ser la última vez que el himno surafricano, el de la Suráfrica del apartheid que acababa de liberar a Nelson Mandela pero que seguía siendo racista, iba a sonar representando también al pueblo namibio. El régimen surafricano había por fin soltado la presa tras haber hecho todo lo posible por quedarse el territorio que, durante décadas, había defendido formaba parte integrante del Estado de Sudáfrica.
En Pretoria se habían valido de argumentos y circunstancias muy parecidas a las que Hassán II, el padre de Mohamed VI, había sacado provecho en 1975 para invadir el Sáhara español en 1975: que si Nujoma era un "terrorista" a sueldo del comunismo internacional, que si la SWAPO –el movimiento de liberación que luchaba contra la ocupación surafricana de Namibia y que dirigía Nujoma– era un grupo de bandidos manejados por la URSS...Y, por supuesto, como siguen haciendo los alauitas con el Sáhara, los gobernantes surafricanos también se habían saltado a la torera resoluciones de la ONU y dictámenes jurídicos de la Corte internacional de La Haya para poder seguir ocupando ilegalmente Namibia, haciendo como que esa tierra era una provincia más de Sudáfrica, mientras explotaban ilegalmente los ricos recursos pesqueros y mineros (especialmente uranio) de lo que decían era la prolongación natural hacia el norte de su país. Cuántas similitudes con la postura de desafío a la comunidad internacional con la que Mohamed VI, el actual sultán alauita sigue haciendo como que el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui no existe y que no hay vuelta atrás con la anexión de lo que él llama las “provincias del sur de Marruecos”…
La confusión de la guerra fría le había servido a la Sudáfrica del apartheid para recibir el apoyo de Occidente en su lucha por mantener apuntalado un régimen deleznable pero que en el marco de la confrontación internacional se había convertido en un mal menor para EEUU y sus aliados frente a la solidaridad recibida por el ANC de Nelson Mandela por los movimientos de liberación surgidos en los países vecinos de las luchas contra el colonialismo. No nos olvidemos que la batalla contra la opresión colonial había entrado desde los años sesenta en el paquete de la guerra al imperialismo opresor y, por lo tanto, tenía todas las papeletas de recibir el cobijo automático del eje prosoviético, con ayuda militar cubana incluida.
Había excepciones a esta dinámica que convertía a los movimientos de liberación africanos en naturalmente rojos y procomunistas. Por ejemplo, en la vecina Angola, la guerra civil en la que había derivado la lucha contra el colonialismo portugués (entonces aliado de la Sudáfrica racista) había convertido a la UNITA de Jonas Savimbi, inicialmente maoísta y prochina, en un movimiento prooccidental y amigo del eje imperialista por arte de esa magia potagia que suele convertir en amigo al enemigo del propio enemigo: ¿dónde mejor iba a encontrar apoyo Savimbi en su lucha a muerte contra el MPLA (el otro movimiento de liberación angoleño con el que se disputó el poder hasta su muerte)? Era lo natural y normal después de que sus rivales del MPLA cayesen en la órbita soviética y recibiesen el apoyo sobre terreno de 30.000 soldados de la Cuba de Castro. Y si encima, las guerrillas de la SWAPO, el MPLA o la FRELIMO en Mozambique hacían causa común en esa llamada Línea de Frente contra el “imperialismo” y su peón en la zona (la Sudáfrica racista), a ver quién escapaba allí a la espiral infernal del enfrentamiento este-oeste...
El resultado fue que este capítulo de la guerra fría convirtió durante más de veinte años en un gran campo de batalla esa inmensa franja del continente que, desde Angola, se extiende desde la costa del Atlántico hasta el Océano Índico de las costas de Mozambique, bordeando por el norte las fronteras del antiguo Zaire (hoy República Democrática de Congo) gobernado por el corrupto y temible dictador Mobutu Sese Seko, miembro del gran eje conservador y prooccidental africano del que, además de Jonas Savimbi y la Sudáfrica racista, también formaba parte el rey marroquí Hassán II.
Según datos de la UNICEF, la guerra fría en el África austral alcanzó una virulencia y eficacia letal comparables a la de las más famosas guerras de Vietnam o Corea: según sus cálculos, desde 1980, unos 1,3 millones de personas habían muerto directa o indirectamente a causa de los conflictos en Angola (al que estaba ligado el de Namibia) y Mozambique.
Afortunadamente, en 1989 el deshielo entre EEUU y la URSS había comenzado a dar sus frutos: las tropas cubanas estacionadas en Angola volvían a su casa tras haber asestado una terrible derrota a las tropas surafricanas en Cuito Cuanavale y, mientras en Berlín los alemanes acababan literalmente a martillazos con el muro de la vergüenza y convertían sus restos en souvenirs para turistas, en Namibia la ONU lograba llevar a término las elecciones con las que culminaba el proceso de autodeterminación.
Tres meses después, allí estaba en el estadio de Windhoek la crema y nata de la alta política internacional presenciando cómo dos antiguos enemigos a muerte se daban la mano y se comprometían a una sincera y duradera buena vecindad mientras se arriaba por última vez la bandera surafricana y, en su lugar, se izaba la bandera de Namibia. Como había dicho De Klerk, el encaje de bolillos con acuerdos a varias bandas entre peones grandes y pequeños que había hecho posible esa escena idílica de amistad y llamamientos a la paz y la convivencia, impensable hacía apenas un año, prometían el comienzo de una nueva era para toda el África austral e, incluso para todo el continente al sur de Gibraltar. A partir de ahí cayó el apartheid en Suráfrica, se pusieron en marcha las negociaciones de paz en Angola y Mozambique y Mobutu Sese Seko, por ejemplo, no pudo morir en su país.
Por cierto, que entre los altos dignatarios de más de 150 países que asistieron a esa ceremonia histórica en Windhoek, se encontraba el presidente de la RASD Mohamed Abdelaziz. Imposible olvidar su expresión de felicidad. Tenía motivos para ello: un movimiento de liberación amigo del POLISARIO había logrado la libertad de su pueblo y había culminado su triunfo con la inaguración de un Parlamento democrático, un fenómeno entonces muy raro en el continente africano.
Todo hacía pensar que, una vez que la penúltima colonia de África había alcanzado la autodeterminación, le tocaría el turno al Sáhara Occidental. Tras la medianoche ya no quedarían más pueblos en África pendientes de descolonizar excepto el saharaui, Marruecos ya había aceptado la celebración del referéndum de la ONU a cambio de que el POLISARIO aceptase el alto el fuego y, con la perestroika que ya se adivinaba, ya no había más excusas para que el rey Hassán II siguiese contando con la complicidad de las potencias occidentales a cambio de su papel de gendarme en el Norte de África contra el eje soviético…Veinte años después el pueblo saharaui sigue esperando. ¿Por qué con Namibia (o Timor Este), sí, y con el Sáhara no?
lunes, 8 de marzo de 2010
Mohamed VI le deja a Zapatero sin foto en la cumbre de Granada
Lo que dijo Zapatero en Granada sobre el Sáhara no fue lo peor de su repertorio sobre el tema pero tampoco es lo que debiera ser para un paladín del derecho internacional como él dice que es. No se pronunció abiertamente por la solución autonómica como ya ha hecho en otras ocasiones. Pero se limitó a desear una solución a base de diálogo en el marco de la ONU, lo cual es como no decir nada a favor del derecho de autodeterminación del pueblo saharaui. ¿Alguien cree que Marruecos se va a retirar a estas alturas del Sáhara a golpe de puro diálogo?
Con ello Zapatero sigue con su estrategia de falsa equidistancia entre las dos partes que, en la práctica, sitúan a España en una flagrante violación del derecho internacional y ridículo internacional. La Carta de la ONU lo dice muy claro en el art. 73: las potencias administradoras no pueden permitirse el lujo de ser equidistantes cuando lo que está en juego es el interés y bienestar de un pueblo bajo su tutela y esa es precisamente la situación del Sáhara con respecto a España.
Así sigue siendo para la ONU desde 1975 lo que implica que, de acuerdo al art. 73 de la Carta, España tiene entre sus obligaciones internacionales el “encargo sagrado” de promover el bienestar de los habitantes de esos territorios y asegurar “el justo tratamiento de dichos pueblos y su protección contra todo abuso”. La Carta de la ONU lo dice claro: mientras el pueblo saharaui no haya alcanzado “la plenitud del Gobierno propio”, cualquier Gobierno español debe actuar reconociendo el principio de que los intereses de los habitantes de esos territorios "están por encima de todo”.
Y como también establece la Carta de la ONU en el art. 103, no hay excusa que valga porque no hay ley española ni obligaciones contraídas por los estados en virtud de otros tratados internacionales que puedan entrar en conflicto con estas obligaciones que "siempre prevalecerán".
En este marco, lo menos que había que esperar era que Zapatero forzase en las declaraciones europeas una mención a favor de los derechos humanos que, dicho sea de paso, el régimen marroquí no sólo viola con los saharauis.
Era lo menos, teniendo en cuenta además el feo que Mohamed VI le ha hecho a Zapatero no acudiendo a Granada a dar boato andalusí a la cumbre europea. Hubiese sido lo propio en el marco de acontecimiento que el propio régimen alauita ha calificado de “histórico” y que exhibe ante su opinión pública como un reconocimiento internacional de sus supuestos avances democráticos y su política anexionista con el Sáhara. Pero Mohamed no ha querido devolverle el favor de este impagable balón de oxígeno a Zapatero que contaba con una foto juntos en La Alhambra para demostrar al mundo los grandes logros de la Alianza de Civilizaciones.
Mohamed ha sido inflexible. Nada de gestos que Zapatero pueda vender ni en casa ni afuera para jugar al gran estadista internacional que ha sabido ganarse un hueco junto a Sarkozy a la hora de confeccionar una política europea para el norte de África. Parece que en Rabat prefieren apostar por Rajoy que tanto critica la tibieza de Zapatero con las tiranías de los Castro de Cuba y los desmanes de Chávez en Venezuela pero está arrobado con las grandes dotes de demócrata de Mohamed VI.
P.D. Queridos, la asociación GAM TEPEYAC de Valladolid me ha invitado amablemente a la nueva edición de su seminario sobre África (donde comparto cartel con veteranos, sabios y contumaces del escaso africanismo español). El jueves tengo la responsabilidad de intentar hacer memoria histórica sobre el Sáhara. Así que me temo que el próximo fin de semana tendré que tomarme un respiro. Confío en vuestra comprensión.
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