Al juez Garzón le están dando las fiestas. Él que sueña todas las noches con el premio Nobel de la Paz por su contribución a un mundo mejor tiene ahora su currículo en entredicho por la peor de las manchas que puede caerle al prestigio de un juez, la prevaricación. Como si a Rafa Nadal o a Alberto Contador les hubiesen pillado con un posible resultado positivo en un control antidopaje.
Por si le faltase algo, además de la cola que trae el asunto de la beca que le dio el Banco de Santander, hoy le tocó salir en los papeles por su estrecha relación con el del chivatazo a ETA, Gómez Benítez, relacionándolo así con un caso que está poniendo en evidencia la mala salud de la que goza la justicia española por su vulnerabilidad ante los caprichos y dictados de los políticos.
Del lío que se ha montado, por el momento, me quedo con lo importante que ha sido para Gómez Benítez ser amigo de Garzón y Rubalcaba, y haberse significado como un abogado muy vinculado al PSOE para ser nombrado miembro del Consejo General del Poder Judicial. De la misma forma que, evidentemente, fue importante para el juez De la Rúa, ser un “íntimo amigo” de Camps y del PP para auparse al cargo de presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana (TSJCV).
Como para extrañarse luego de que se archiven causas que echan humo sin llamar a los bomberos. O de que Garzón, el superjuez de la justicia planetaria, sea capaz de meterse con Pinochet, el presidente Bush o el Gobierno de Israel pero, no se atreviese con Hassán II de Marruecos, no acabe de poner el huevo con Mohamed VI y siga sin tocarle un pelo al tirano Teodoro Obiang.
Oportunidades ha tenido para hacer justicia con los centenares de víctimas de estos tres tiranos que, además de sus crímenes, tienen en común haber gozado de una gran amistad con el PSOE de Felipe González, Moratinos y Zapatero. Pero eso no es una eximente que valga para un superjuez que aspira a un nobel por llevar la justicia adonde nadie se ha atrevido. Lo malo para Garzón es que la justicia, al igual que la santidad, no permite excepciones, ni está sujeta a calendario laboral.
P.D.Tengo que confesar que todavía no tengo del todo dominado el fascinante tema de la guerra del 58 y, en especial, la génesis de la guerrilla del Ejército de Liberación. Pero desde luego, fue un precedente que marcó la política de España y Francia en la región. En cuanto a lo del verbo constatar, reflexionaré sobre la conjugación tomando las uvas. Por cierto, felices fiestas y viva el turrón de Jijona.
Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional
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