La confrontación ideológica va a ser el eje de la campaña electoral que acaba de comenzar (de forma oficial). Los tertulianos de la mañana en TVE -1 coincidían el jueves en que no es un fenómeno exclusivo en España, que en el resto de Europa también ocurre lo mismo y buscando un mismo fin: movilizar al electorado que, o porque anda bastante desmotivado o con ganas de pataleta, amenaza con rajarse el próximo 7 de junio y hacer novillos en las urnas a lo grande (las encuestas dicen que sólo va a ir el 40%).
En España, ni al PSOE, ni al PP les conviene esta desgana que dice mucho de la decepción general del personal ante su quehacer político (tanto de los unos como de los otros) que nos ha llevado a la burbuja inmobiliaria que, como acaba de admitir el propio ministro Corbacho, es lo que marca nuestra muy superior capacidad de fabrircar parados respecto al resto de economías occidentales. Pero es que, además, el discurso ideológico que crea la ilusión de que “aquí lo que está en juego es la lucha entre el bien y el mal", permite a los partidos mayoritarios arrastrar a sus electores a la lógica del mal menor, de tal forma que esos asuntos que los tienen muy, pero que muy descontentos y decepcionados, se conviertan en secundarios frente a la prioridad que debe tener "la lucha contra el fundamentalismo neoliberal" (versión PSOE) o la derrota de la "izquierda retrógrada negacionista y fracasada" (versión PP).
Como decía Victoria Prego, es la estrategia de los "dos bloques de granito" que impone a la opinión pública una elección entre un bloque u otro, sin opción de matices ni de escape. Una estrategia que los expertos en la caza al voto deben de haber llegado a la conclusión de que les va a ser muy rentable o, de lo contrario, los dos partidos no se habrían tirado con igual entusiasmo a la misma piscina.
Dada la situación, es evidente que la estrategia de la confrontación ideológica tiene grandes atractivos tanto para los dos grandes partidos políticos como para sus respectivos votantes. El discurso de “o tomas lo mío, con todos sus defectos o prepárate para lo que viene con el contrario", elimina el riesgo de críticas internas y desvía la atención del personal, en nombre del bien supremo, de lo realmente importante: la falta de ideas tanto en lo que se refiere a la salida de la crisis como a la política a llevar en Bruselas que impera en ambos lados. Imposible hallar mejor antídoto contra la abstención y el riesgo a que partidos como IU y UPyD acaben cosechando votos a costa del desencanto que cunde en PSOE y PP.
Para los votantes, el burka ideológico que impone la estrategia de los dos trozos de granito ofrece un bálsamo reparador especialmente valorado en tiempos de grandes incertidumbres. Mi amiga Dulce me confesó el otro día, al coincidir a la vuelta del mercado, que su sistema inmunológico ya no tolera ni un informativo más sobre la crisis económica y que ella ha buscado refugio en un buen culebrón, uno de esos en los que resucitan los muertos y hay un prota que se redime al descubrir un hijo en edad militar donde menos se lo esperaba. Los hay también como otro amigo mío, al que la náusea del panorama político (en su caso tiene mucho que ver con lo que está viendo a través del Sáhara) y la situación preERE en lo laboral han convertido en un adicto compulsivo al fútbol.
Pero un buen burka ideológico, como dice mi buen amigo José M. es mucho más que una alternativa al consumo de ansiolíticos: te da un paquete cerrado de certezas absolutas con el que explicar el mundo con la dialéctica del sota, caballo y rey. Uno se coloca el burka ideológico, abraza una fe y todo lo que tenga apariencia de atacar sus dogmas (las indicaciones ya las dará el director espiritual) es fácilmente procesado y rechazado con la etiqueta de quintacolumnista, traición o herejía. La tranquilidad que con ello se gana, no tiene precio.
Por eso yo comprendo (aunque, como la Prego, no lo comparta) lo que enseña este vídeo que he puesto más arriba y que me llegó por Internet y que muestra cómo los militantes que acudieron al mitin de Zapatero en la plaza de toros de Vistalegre (Madrid) con banderas del Polisario fueron rechazados por otros miembros de la misma parroquia. Lo que veo ahí no es la cerrazón del culto al líder como dicen algunos, sino el miedo a descubrir que su paquete de certezas tiene grietas, no vaya a ser que les hagan perder la fe y la ilusión de estar del lado bueno. Para no dudar, lo mejor es no ver.
El problema es que, gracias a ello, un día desde el púlpito nos dirán que Pinochet fue un gran tipo y, para que quede claro que uno es de izquierdas auténtico, habrá que decir Amén.
Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional
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