Poco habló José Luis Rodríguez Zapatero de sus planes en política exterior durante una campaña electoral en la que Rajoy, por su parte, tampoco hizo grandes referencias a ese frente, como si la acción en el escenario internacional no acabase repercutiendo en la capacidad de los españoles para resistir al pulso cotidiano con la hipoteca y la cesta de la compra que tanto le preocupa al líder del PP.
Pasado el fragor de la batalla por el voto, el presidente Zapatero no ha tardado, sin embargo, en dar señales de cuáles van a ser las prioridades de su diplomacia. En el discurso ante las Cortes con el que pidió la confianza de los españoles, Zapatero las resumió en una serie de ideas con mucho componente ético: "Pido su confianza", dijo, "para ahondar en nuestro empeño europeísta, para defender la legalidad internacional y para combatir en primera línea contra el cambio climático, la pobreza y a favor de la paz".
El programa responde a esa "idea de España" que el presidente quiere poner en marcha para que todos los españoles podamos sentirnos orgullosos de vivir en un país ejemplar y decente, que lidera los cambios sociales, económicos y medioambientales incluso más allá de sus fronteras. Una idea de España que rezuma superioridad moral frente a ese PP de José María Aznar, cosechador de guerras injustas, incluso en ese deseo por contribuir a que Europa gane peso e influencia en la escena internacional: el suyo no es un propósito inspirado por sentimientos de europeo egoísta, sino de abanderado de la causa por la paz que ve en la consolidación europea la mejor apuesta para que su sueño se convierta en realidad frente a la falta de respeto y los peligros de "los abusos hegemónicos".
En la fiesta de la Rosa de los socialista vascos en Baracaldo, Zapatero volvió a reiterar su compromiso con un mundo mejor que ya nos demostró en su anterior legislatura con su intento por liderar una Alianza de las Civilizaciones que su partido vendió como un gran éxito y de la que nada volvimos a saber tras el sonado fracaso de su última reunión. Pero ahora, el presidente tiene una nueva estrategia que le va a permitir hacer algo más que mera exibición de iniciativa, pisando sobre terreno sin estar a expensas de terceros. Se trata de convertir al África subsahariana en el nuevo eje de la acción exterior de esta legislatura. Dicho y hecho. Para allá que ya estaba volando la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega rumbo a Níger con una comitiva de 40 españolas dispuestas a demostrar que España es diferente con uno de los países más pobres del continente.
La misión contenía todos los elementos necesarios para hacer feliz al electorado español, en especial a los votantes arrebatados por el PSOE a Izquierda Unida, muy sensibles a la versión laica del ejercicio de la caridad que gestionan las ONG, esas organizaciones teóricamente no gubernamentales que se alimentan en su mayoría con las subvenciones del estado: el anuncio de un plan de 60 millones de euros para apoyar el "desarrollo político, social, cultural y económico" de los países más pobres de África; la celebración de un Foro de Reflexión sobre Seguridad Alimentaria y Cambio Climático que, se subrayó, fue "auspiciado" por España; fotos que retratan la solidaridad con las mujeres, principales víctimas de la falta de desarrollo, en el III Encuentro África-España: Mujeres por un Mundo Mejor…
Lo sorprendente es que la prioridad a la solidaridad con los desgraciados de África dada por el Gobierno de Zapatero no comience, como suele ocurrir con el resto de las diplomacias, por aquellos países donde la presencia colonial tejió especiales vínculos de historia y cultura en común. Al fin y al cabo, este tramo de nuestro pasado sólo ha dejado dos pequeñas islas de hispanidad en el continente, Guinea Ecuatorial y el Sáhara Occidental. Además, son pequeñas en cuanto a número de habitantes pero la situación tan dramática que arrastran las ha convertido en un pozo sin fondo de nuestra solidaridad.
Es comprensible que la vicepresidenta no se haya siquiera planteado una visita a Guinea Ecuatorial a pesar de que allí los altos índices de pobreza, mortalidad y desnutrición infantil, baja esperanza de vida (no supera los 43 años) o muerte por enfermedades que en el primer mundo se curan con un antibiótico, no son fruto del cambio climático, ni de la pertinaz sequía, ni de la falta de recursos. Allí lo que mata es la voracidad de un dictador insaciable, Teodoro Obiang Nguema que dispone de la enorme riqueza petrolera del país como si fuese su botín personal. Por lo tanto, la situación requiere algo más que desembarcar y limitarse a abrir el monedero para repartir el dinero del contribuyente sin exigir contrapartidas en su aprovechamiento.
No tiene sentido organizar un viaje tan lejos para meterese en camisa de once varas con un dictador que puede fastidiar un periplo tan complejo de organizar en cuanto sospeche que vienen a tirarle de las orejas, prohibiendo incluso el aterrizaje del avión como hizo con el ex presidente Adolfo Suárez. Pero resulta decepcionante que, con tanta preocupación por la suerte de los africanos, ni De la Vega ni ningún otro miembro del Gobierno haya dicho ni mu sobre el último pucherazo con el que Obiang acababa de arrogarse una victoria electoral del 99% de los votos. Peor aún es que no parece haber hecho mella en sus sensibles ánimos las noticias sobre los últimos muertos por las atroces palizas y sesiones de tortura a opositores o, simplemente, a ciudadanos que decidieron no depositar su voto en las urnas en señal de rechazo a la farsa.
Desgraciadamente, la vocación solidaria del Gobierno zapaterista también ha corrido un tupido velo sobre la ola de represión con la que las fuerzas de seguridad marroquí están intentando silenciar estos días a los estudiantes saharauis que exigen que se celebre el referéndum de autodeterminación prometido por la ONU a su pueblo. ¿Y qué tal un viaje a los a los campamentos del sur de Argelia donde malviven miles de refugiados saharauis huidos de la ocupación marroquí? Resultaría de lo más fotogénico y a los electores del PSOE y de IU, grandes simpatizantes de la causa saharaui, les encantaría.
Además, si hay algún lugar en la tierra donde Zapatero puede dar una lección al mundo de su compromiso con la legalidad internacional, es precisamente el Sáhara Occidental donde nuestra condición de potencia administradora reconocida por la ONU convierte en un incumplimiento de nuestros deberes internacionales no exigir a Marruecos que deje de boicoter el referéndum. Pero claro, la España que se enorgullece de haber dado plantón al todopoderoso imperialismo yanki en Irak, no se atreve con el hermano marroquí, no vaya a ser que se enfade.
Una mirada a África como tablero de la geopolítica internacional
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